Dicen que admitir que tienes un problema es el primer paso para resolverlo, pero también hace falta mucha fuerza de voluntad y el apoyo de los que te rodean para salir airoso. Ser consciente de que eres alcohólico y tener la firme convicción de dejarlo es una de las decisiones más importantes que se puede tener en la vida porque es el comienzo de una larga lucha que nunca terminará. Son varias las películas que han tratado este tema, desde la desgarradora Días de vino y rosas hasta los 28 días de recuperación de Sandra Bullock, pasando por el desfase de Nicolas Cage en Leaving Las Vegas.
Tocando fondo (Smashed) es la última en sumarse a la lista, un pequeño drama indie dirigido por James Ponsoldt centrado en Kate y Charlie, un joven matrimonio que bebe alcohol como si de agua se tratara. Cuando Kate se da cuenta de que debe dar un giro a su vida y dejar de beber, su nuevo estilo de vida pondrá en peligro su relación con Charlie. El filme se centra en el personaje de ella, una joven y encantadora profesora que se convierte en un ser patético cuando se emborracha. El drama de su historia viene implícito en su problema con la bebida y en cómo afecta a su trabajo y entorno más cercano, pero también hay un espacio para la comedia dadas las situaciones bochornosas en las que se ve envuelta Kate cuando se emborracha, un humor para nada condescendiente ni artificial, sino humano y natural.
Lo mejor de Tocando fondo es sin duda alguna la interpretación de una superlativa Mary Elizabeth Winstead en el papel que debería darle el crédito que se merece. Ella es quien sostiene el peso de todo el filme, dejando en un segundo plano las estimables pero muy secundarias aportaciones de Aaron Paul, Octavia Spencer, Nick Offerman y demás actores. El trabajo de Winstead es cálido y dramático o cómico cuando la situación lo requiere. Sin duda es una de las interpretaciones más destacadas del año y si no ha destacado más es por la falta de pretensiones que tiene la película, que juega más en su contra que a favor por su escaso metraje (menos de 90 minutos) y una narración ligera que la convierte en una película entretenida con fondo en vez de en un retrato de las secuelas del alcoholismo tan contundente y minucioso como Días de vino y rosas. Sólo por la estupenda y guapísima Mary Elizabeth Winstead merece la pena el visionado, el cual también podría dar mucho juego en jornadas y tratados dedicados al alcoholismo por la visión realista, certera y actual que arroja sobre dicha problemática.
7/10
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