Dir.: Christopher Nolan
Int.: Fionn Whitehead, Mark Rylance, Tom Hardy, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, James D’Arcy, Harry Styles, Jack Lowden, Tom Glynn-Carney, Barry Keoghan, Aneurin Barnard
¿De qué va?: En plena Segunda Guerra Mundial, cientos de miles de británicos y tropas aliadas se encuentran rodeados por las fuerzas enemigas en la ciudad francesa de Dunkerque. Atrapados en la playa, con el mar cortándoles el paso, las tropas se enfrentan a una angustiosa situación que empeora a medida que el ejército alemán avanza.
Reseña: En la recientemente estrenada (y recomendable) Su mejor historia, una pareja de guionistas se inspiraba en una pequeña anécdota hinchada por la prensa sobre el rescate de soldados llevado a cabo por civiles en la costa de Dunkerque, con el objetivo de crear una película que despertase el ánimo y el optimismo de un público y una ciudadanía baja de moral. Al ambientarse en aquel episodio de la Segunda Guerra Mundial, la nueva película de Christopher Nolan, su primer film bélico, podría haber encajado perfectamente en aquel cine propagandístico si no fuera porque antes no se contaba con la tecnología que ha permitido que el director de Interstellar nos sumerja en el conflicto como ninguna otra película había conseguido hacer antes.
Por tierra, por mar y por aire. Nolan aborda el desastre y posterior milagro militarista desde tres francos diferentes, alternados en el montaje, separados en el tiempo y finalmente convergentes. Una disposición narrativa tan sencilla como compleja, pues salta de un escenario a otro y de una historia a otra con una agilidad y una homogeneidad rítmica de órdago. No hay ni un paso en falso ni margen de error en la bomba de relojería que se pone en marcha pocos minutos después de que la película arranque con un silencio absoluto y que en pocos segundos desaparecerá para no volver hasta el fundido a negro final, siendo sustituido por los ensordecedores sonidos de la batalla y por el ‘tic-tact’ que ha introducido Hans Zimmer en su fantástica partitura para recordarnos en todo momento que estamos en una agónica carrera contrarreloj contra una amenaza que permanece invisible, pero siempre incesante e implacable.
Porque Dunkerque no es una película sobre la Segunda Guerra Mundial, o sobre la lucha contra el nazismo, sino sobre una batalla en la que la victoria radica, no en el número de enemigos abatidos, sino en el de personas salvadas, así como en el heroísmo colectivo y prácticamente anónimo. El soldado junto al que llegamos a la costa francesa es un chaval que tiene un único propósito y pensamiento: volver a casa. No necesito saber si le está esperando alguien, lo que piensa del conflicto ni cualquier otra cosa porque sería morralla en busca de una conexión emocional facilona que no viene al caso. Lo mismo se puede aplicar del piloto al que da vida Tom Hardy, del general encarnado por Kenneth Branagh o del ciudadano al rescate interpretado por Mark Rylance. Todos y cada uno de ellos están completamente comprometidos con su misión particular y no hay espacio para introspecciones psicológicas más allá de algunos apuntes porque no harían otra cosa que ralentizar la maquinaria. Nolan es consciente del peligro que supone dejar el gancho emocional de su película den un puñado de personajes que son poco más que avatares, pero sale airoso confiando la labor a actores de envergadura y a unos más que eficientes intérpretes novatos, caso de Fionn Whitehead y de Harry Styles.
Los protagonistas de Dunkerque son una pieza más de la perfectamente engrasada montaña rusa cinematográfica que supone el film. Una montaña rusa técnicamente perfecta en todos los aspectos, visceral, inmersiva, armoniosa en su estruendo y horror, y que no alcanza las dos horas de metraje, una duración perfecta para mantener tensa la cuerda sin llegar romperla a y provocar en consecuencia el hartazgo del espectador. Uno termina la proyección agotado pero extasiado ante una experiencia tan trepidante e imponente, especialmente si se disfruta en IMAX. Las guerras y sus perpetradores no dejarán de ser una vergüenza para la condición humana, pero la esperanza en la generosidad de esta última, ya sea congénita o aprendida, será lo último que perdamos gracias a películas como ésta.
8’5/10