Si por mí fuera, no haría otra cosa que escribir sobre libros y sobre películas, porque en ellos está la cifra del mundo.
Juan Manuel de Prada.
Hoy voy a recomendarles una lectura: Lágrimas en la lluvia. Cine y literatura. Doscientas ochenta y ocho páginas de uno de los mejores escritores de nuestro país, Juan Manuel de Prada, sobre las películas y libros que han ido transcurriendo por su vida y que lo han marcado, para bien o para mal, y han hecho de él lo que es. No es mi estilo, se habrán dado cuenta ya, escribir de forma tan directa y clara. Pero qué quieren que les diga: léanlo.
Una historia puede ser contada de muchas maneras, y el acto de transmitir mediante la palabra escrita varía con cada persona. No hace falta comparar a Galdós con Cortázar, dos genios que plasmaron sus historias de forma radicalmente distinta, para saber a qué me refiero. Los lectores basan sus preferencias en torno a estos criterios, y el impulso de leer un autor no sale tan sólo del interés por el tema o las ideas que trata, sino de la forma que tiene de narrar. Poesía de la diferencia, poesía conversacional; Caravaggio o Charles Burchfield; Sofía Coppola o Clint Eastwood. Nunca he leído las novelas de Sherlock Holmes, y fue precisamente por este motivo: el estilo de Conan Doyle me gusta tan poco que, aún interesándome sus personajes y sus historias, lo he desechado sin dudar.
Juan Manuel de Prada escribe como si estuviese dibujando líneas, delgadas líneas de tinta sobre papel rugoso, escribe y al leerlo se escucha el viaje de la punta de su pluma. A veces se le suben los adjetivos al ojo, y casi esconde lo que quiere decir, un túnel de palabras que se retuercen unas encima de las otras, que impiden el avance porque son clavos embellecidos, que retienen al lector en la retahíla maravillosa de vislumbrar la idea para dejarla después explotar, sencilla y luminosa, en el punto final: “Me gusta la caída de tu cabello, como un río fosco y desbordado que no encuentra desembocadura, un río precipitándose hacia no se sabe dónde, allá donde los geógrafos se quedaron sin brújula.”
Esta última frase, dedicada a Amy Winehouse en uno de sus textos, es la delicadeza. Pero, ¿qué es delicadeza? Es dejar correr un río hablando sobre el río que cae, y es al mismo tiempo hablar de un abismo tan profundo que no existe, y es hablar sobre un río joven e impetuoso y un negro acantilado para describir el pelo de una mujer. En mi artículo de la semana pasada me pregunté qué es el arte, y en éste puedo decir: ‘el arte es esto que ha hecho De Prada.’
Imagínense cine y literatura escritos de esta forma, y tienen Lágrimas en la lluvia. Reflexionar sobre Chesterton, Buñuel, Carmen Laforet, David Cronenberg, Luis Alberto de Cuenca, John Ford, Borges, de la forma en que lo hace él, un regalo para cualquier amante del cine y las letras, para cualquier persona con interés por la cultura y con ganas de aprender, porque De Prada es extremadamente culto, es un escritor genial y un espectador crítico y sensible, mordaz, equilibrado, capaz de aportar visiones personales argumentadas, trufadas de emoción y referencias, de simbolismos y detalles magníficos. Yo titulé de la misma forma que su ensayo un texto del año pasado en el que hablaba sobre el paso del tiempo, al acabar el curso en Salamanca, y la melancolía que me estaba invadiendo, precisamente en referencia a él, a él y a Blade Runner (porque su título es claro homenaje al final de Blade Runner), en callado, humilde y perdido agradecimiento por las horas de alta literatura que me ha regalado, por todo lo que he aprendido de sus libros, de su cine, que son ya y que es ya definitivamente mío.
Lástima que existan personas que juzgan a un artista por su imagen pública, su ideología o sus convicciones religiosas. Quiero que se den cuenta de que no he mencionado lo más mínimo ninguno de estos aspectos. Y quiero también que reflexionen ustedes, si han llegado hasta aquí (muchos habrán espantado la lectura al comprobar sobre quién escribía), en lo que estaban realmente pensando al leer el artículo de hoy: si estaban pensando en literatura, en cine, en arte, o estaban pensando en Intereconomía y en curas arcaicos vestidos de negro.
Perjudiciales prejuicios, en fin, que nos vendan los ojos de mediocridad e inercia y nos ocultan maravillas, como la prosa de Juan Manuel de Prada y su sensibilidad cinematográfica y literaria, perjudiciales prejuicios que nos tienen enganchados a la nada, inmóviles, estúpidos, tan estúpidos que llegamos a confundir, de vez en cuando, daños y perjuicios con daños y prejuicios, y no sabemos ni qué significan las palabras porque no hemos leído un libro en nuestra vida, porque los libros que escribe un liberal, un católico, no pueden ser buenos ni tienen nada que enseñar a nadie.
1 comentario:
Estoy de acuerdo, los prejuicios cierran la mente. Pero ¿qué son los prejuicios sino ignorancia y miedo hacia lo diferente?
Por eso dicen que lo contrario al amor no es el odio, es el miedo.
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