Hace tiempo escribí, en uno de estos artículos, que un día daría las razones por las que considero Ágora la mejor película de Alejandro Amenábar. Así que, desde esta Semana Santa en la que no ha dejado de llover agua, en la que no han dejado de caer lágrimas, sufrimiento por no salir la estatua, emoción por contemplar el Cristo de yeso, voy a cumplir lo que dije y hoy, día oscuro que termina a través de mi ventana, escribo sobre ella.
Amenábar comenzó su carrera prometedor, incisivo, demostrando buen manejo como director y pluma ágil como guionista en Tesis, sorprendente thriller que, dejando a un lado algún fallo inocente, se erigió como gran ópera prima del que apuntaba ser uno de los mejores directores del cine español en el futuro. Se nota en ella el aire estudiantil, recién lavado, que llevaba el propio director todavía en la camiseta, y se nota también el amor a las películas, al entretenimiento, al suspense y al espectador.
Después vinieron otras, Abre los ojos, por ejemplo, en la que ahondaba la línea que se había marcado y mostraba evolución en la escritura, no tan lineal, no tan predecible, y se marcaba el objetivo de hacer dudar de la realidad y los sueños, de anticipar un Matrix o un Origen, de bailar en la cuerda floja del ritmo y el giro de forma ágil, sin caer al vacío, y además consiguiendo dinero para avanzar y seguir creando. Los otros, por ejemplo, en la que dio un paso más allá, controlado, sostenido, evolucionando en la estética y en el presupuesto, evolucionando en la escritura y en el terror, adentrándose en el género que tanto ama —Changeling, su película favorita—, y haciéndolo además con estilo y buen gusto. Lástima de El sexto sentido, que le chafó la genialidad, y que según dicen, vio en el cine cuando había terminado de escribir su guion, y que según dicen, provocó que llorase en la sala al descubrir que aquel final era igual al suyo.
Así que Mar adentro, porque se cansó de contenerse y de intrigar al público, y saltó al vacío igual que lo hizo Ramón Sampedro en la Costa da Morte. Entonces supo cómo meterse en la piel de un hombre, de todos los hombres, cómo retratar el drama desde dentro, sin efectismos ni puntos huecos, y qué era eso de hacer cine cotidiano y desgarrador. Desgarrado y vivo, como aquel poema de Borges, como Javier Bardem en su interpretación magnífica, como Amenábar dirigiendo una obra que le dio el Oscar y que lo situó a nivel de calle, de gritos y de cenas viendo la televisión, casi el fin de un camino que comenzó en el thriller, siguió en los sueños, pasó por el mundo sobrenatural y aterrizó en la cama de un hombre tetrapléjico que deseaba morir. Y que fumaba, ‘de vez en cuando, por si me mata’, con la naturalidad del gallego que no sabe nada pero conoce el mundo mejor que nadie.
Y llegó, ahora sí, Ágora. La madurez de un artista se transmite por el tema que trata, y aunque haya evolución técnica, la técnica cambia porque está al servicio de la idea, y alguien que innove simplemente en tiros de cámara o montajes in crescendo no dejará nunca de ser un artesano si deja que su estilo no tenga nada detrás. Por eso Amenábar llegó a Ágora y rodó una película profundamente clásica en su forma. Combinación equilibrada de planos, iluminación natural, uso moderado del color y de los movimientos de cámara, montaje sencillo y profundamente simbólico. Porque ahí está, en mi opinión, el golpe de tuerca. Planos espaciales que muestran la tierra, que se acercan a la majestuosa Alejandría, que nos hacen ver a los hombres como lo que somos, hormigas, luchando cegados de ignorancia como lo que somos, animales. Destruyendo todo lo que creamos y todo lo que merece la pena —bibliotecas— por creencias y supersticiones absurdas, por la diferencia que puede haber entre alguien que se declare hijo de Cristo y alguien que se declare hijo del Sol. De pronto detalle de hormigas, y las masas enfurecidas atacándose unas a otras por detrás. El círculo que envuelve a una correcta Rachel Weisz en las dudas y las investigaciones, la perfección que descuadra el universo, el anillo sereno que no puede existir porque contradice las leyes de la percepción. Todos luchando contra todos, en sencillo plano aéreo, mientras la ciencia se aparta a un lado para morir olvidada, e Hipatia preocupándose de salvar los libros, de investigar, de hacerse preguntas y responderlas en medio de la amalgama de barbarie que todo lo destroza.
Amenábar ha pasado del thriller a lo fantástico, de lo fantástico al terror, del terror al drama, y del drama a la metafísica. No hubiese podido hacer una película como Ágora en sus primeros años de cine. Ha tenido que esperar, no porque él quisiera, sino porque su evolución así lo ha encaminado. Evolución natural, crecimiento lento, avance de un artista que ha nacido del cine comercial y ha aterrizado en el complicado terreno de pensar y hacer pensar. El plano final, Hipatia muriendo ahogada por su antiguo esclavo mientras mira el círculo de la bóveda en la iglesia, mientras ve cómo, si se mira desde otro ángulo, una circunferencia perfecta se convierte en una elipsis, refleja la misma sensación de incomprensión, o al menos parecida, que tengo yo cuando digo que esa película me parece magistral y todos me miran con cara extraña, con cara de ‘pero qué dice este tío’, y luego mencionan Los otros o Tesis mientras se les hace la boca agua.
Así que ya ven. Recomendación para esta Semana Santa. Para ver un telediario, lleno de llantos y de caras afligidas que rozan el dolor físico porque una estatua de Cristo no ha podido salir a la calle, y luego ver la película que cuenta cómo el fanatismo y la ignorancia es capaz de cargarse lo genial, lo irrepetible, nuestro mayor y único logro: el conocimiento. Para que luego la gente se sorprenda con los atentados islámicos y con lo radicales que son los musulmanes. No hay que irse a Irak o a Egipto, ni a los Emiratos Árabes Unidos. Lo único que hay que hacer es pasear por Málaga, por Sevilla, por cualquier ciudad española en tiempo de resurrecciones y domingos de ramos, y echar un vistazo alrededor. A ver quién es más fanático. A ver si encuentran alguna diferencia entre ellos (los ignorantes) y nosotros (los ignorantes).
1 comentario:
Que razón tienes, Chechu.
Por cierto, a mí me encantó la película, ya lo sabes :-)
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