Dir.: Alberto Rodríguez
Int.: Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Antonio De La Torre, Nerea Barros, Jesús Castro, Salva Reina, Manolo Solo, Jesús Carroza, Cecilia Villanueva
¿De qué va?: En 1980, dos policías, ideológicamente opuestos, son expedientados y castigados a desplazarse a un remoto pueblo de las marismas del Guadalquivir a investigar la desaparición de dos hermanas durante las fiestas. Juntos, deberán superar sus diferencias para poder dar caza al culpable.
Reseña: Un asesinato, un detective en busca de la verdad, una chica en peligro, múltiples sospechosos, pistas, una ciudad corrompida… Los ingredientes del cine negro son tan reconocibles como valiosos para contar múltiples historias que, al tiempo que desenredan un misterio, exploran la oscuridad que se esconde tanto en sus personajes como en el entorno en el que se mueven. Durante la investigación del crimen no sólo descubrimos aspectos del culpable, sino también de la sociedad en la que éste habita, pues, al fin y al cabo, el criminal es producto de ella.
Alberto Rodríguez ha adaptado el código del cine negro para construir un misterio que se ambienta en un pueblo de mala muerte de Andalucía, en plena Transición Española. El que se supone que es un capítulo luminoso, optimista y alegre de la historia de España se convierte en la película en una falsa promesa de que las cosas van a ir a mejor, en un entorno sofocante, húmedo y lúgubre cuyo espíritu turbador y opresivo recuerda a la Dalia Negra y otros célebres asesinatos de la ciudad de Los Ángeles en los años 40. Los referentes de Rodríguez son obvios, pero consigue adaptarlos al contexto patrio sin que sea un mero ‘corta y pega’; su esforzada dirección brinda secuencias que beben directamente de la sequedad, la elegancia y la inquietud de David Fincher, y sale reforzado con el impecable trabajo de fotografía de Alex Catalán, que otorga textura, densidad y una belleza retorcida a cada plano, minuciosamente confeccionado por su director.
Las comparaciones con True Detective son inevitables pero innecesarias. Ambas comparten ciertos elementos de la trama pero sus intenciones van en sentidos diferentes. Mientras que la miniserie de HBO llegó a un punto en el que prestó más atención a la relación de la pareja de detectives que a la identidad del asesino, en La isla mínima ocurre lo contrario: si bien hay un choque ideológico entre los protagonistas (uno representa el cambio, el otro la España de la dictadura) es la investigación del crimen la que conduce siempre el hilo principal de la historia, que se ramifica en varias subtramas que en mayor o menor medida influyen en el caso, aunque no todas gocen de un final satisfactorio. La estructura recuerda un poco a El sueño eterno, pero sin llegar a su nivel de complejidad. Fantástico trabajo interpretativo de Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, sobre todo de este último al tener el personaje más turbio y ambiguo, y debo decir que se está hablando muy poco de Nerea Barros, portentosa en las cuatro escenas contadas en las que aparece, con uno de los rostros afligidos más bellos que ha dado el cine español.
Los principales reparos que le achaco a la película son argumentales. Aun pareciéndome uno de los mejores guiones del cine español reciente, hay algunas formas de hacer avanzar la trama y ciertas reacciones de los personajes que no me acaban de cuadrar, y todavía no me acabo de aclarar si el final, que abre tantos interrogantes pero da forma a la metáfora que envuelve el filme, me parece una genialidad o un giro propio de un Shyamalan trasnochado…. o puede que ambas. Ante todo, La isla mínima es un noir de denominación ibérica con empaque y distinción y que prueba que en España somos capaces de hacer entretenimiento muy digno enfocado a un público adulto; basta con quitarse el miedo a perder el favor del público familiar y los complejos.
7’5/10
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