Y tiritan, azules, los astros a lo lejos.
Pablo Neruda
Ayer hablábamos. Ella frente a mí, él a mi derecha. Recordábamos Stalker y Nostalgia, tal vez Sacrificio, sin mencionarlas. El humo iba prendiéndose a las paredes, estaban las tazas manchadas; la ventana, un poco abierta, dejaba pasar el aire de la noche. Hubo un momento en que él movió la cabeza y ella miró hacia la puerta. Dejé caer mis brazos sobre la mesa y bajé los ojos. Era tarde.
Hay que sobreponerse —decíamos— a la inmediatez de las cosas. Quizá somos ya un producto perdido en la inmensidad de los años y las sucesiones, pero nosotros, en la cocina sucia, nos dábamos cuenta de ello. Hay que mirar el mundo con ojos claros: desde arriba, si puede ser: hay que elevarse. La vida desde la vida no se contempla; quizá sea la fatiga, el cansancio de la noche después de un día largo, la velocidad que no se siente. En Nostalgia, pensé, si estuviésemos en Nostalgia, los azulejos blancos estarían mojados y habría grandes charcos en el suelo de la cocina sucia, goteras e hilos de agua salpicándonos los pies (el agua, que representa el mundo). El sueño entrando en nosotros lentamente: el sueño cegador, la nada.
Lo inquietante es que lo sabíamos sin decirlo. Exponíamos, ordenados, nuestros puntos de vista. Caímos en tópicos ingenuos, “es que el hombre, hoy en día, está alienado”. Caímos en ideas manidas, “es que el hombre debe sobreponerse a las inercias, y sacar de él un Sacrificio, si es consciente, para elevarse”. ¿Fe?, pensé por un momento. ¿Religión, misticismo? Recordé los tres personajes de Stalker luchando bravamente entre ellos, que no eran más que las fuerzas milenarias de una raza sin brújulas.
Somos nuevos no, somos jóvenes, no: ya estamos reciclados. Parece desde la vida que late algo poderoso dentro de nosotros. Nosotros que anhelamos algo, que percibimos, maravillados, el arrebato de una imagen estremecedora. Hay un momento —pensaba— en que el hombre que viaja por Italia porta una vela y debe mantener su llama desde un lado de una piscina vacía (es decir, sin agua que la empape) al otro. Aparentemente no importa, y quizás, visto desde la vida, es un loco. El hombre que viaja por Italia busca algo que no existe, al menos en la velocidad del suelo. Ni su compañera femenina —recicladamente femenina, tras miles de años—, con toda la profundidad que se le supone, puede darse cuenta de qué busca. Nostalgia es un viaje desde el mundo hasta el no-mundo, desde las plumas y los lenguajes hasta donde ya no hay palabras. “Al principio fue la palabra, ¿por qué, papá?”, es la frase con la que termina Sacrificio. Nosotros, en la cocina sucia, hablábamos.
La lucha se compone de fuerzas tirantes: religión, ciencia, arte: en Stalker, viajan las tres por el extraño sendero que han fabricado las leyendas y los hombres (la vida, al fin). Y van envolviéndose, rechazándose, mezclándose al fin hasta un punto limítrofe en que se mueven y se caen, y todo termina. Pero quizá ellas (las tres fuerzas) sepan que las maneja un espíritu tan grande que no pueden comprender. ¿Cómo se comprende, si no, el misterio? “Elevarse supone un innegable sacrificio, probablemente sin recompensa, y supone infelicidad, renuncia, para alcanzar una meta que no existe”. Eso decíamos, temblando un poco la voz, en la cocina nocturna.
Esas tres obras de Tarkovsky reflejan un camino lleno de bifurcaciones, El jardín de los senderos que se bifurcan, por el que todos tenemos que transcurrir. Desde las piedras, desde el asfalto, no se ve cuál es la dirección correcta. Pero hay que avanzar, estudiando los pasos de quien nos ha precedido y de quien fue algo más puro que nosotros (algo menos reciclado), intuir ciertos sentidos y formarse una idea de dónde se quiere llegar, aunque no exista una meta. Lo más fácil es descansar, echar la manta al suelo verde junto al sendero, disfrutar de la conversación o de los juegos de nuestros compañeros de viaje; pero corremos el peligro de quedarnos allí, en las colinas atestadas de gente, y pararnos de forma definitiva. Quizá el final del camino no exista, pero más allá, si uno escucha los consejos de quien nos ha precedido, cuentan que hay montañas tan grandes que permiten ver los senderos que se bifurcan desde arriba. Que permiten elevarse y observar, con ojos claros, la vida desde fuera de la vida. Nosotros hablábamos de esto en la cocina sucia y nocturna; sin saberlo siquiera, sentíamos el pulso de las eternas preguntas. Y a través de la ventana tiritaban azules, impasibles, los astros a lo lejos.
1 comentario:
Un placer leerte. De verdad, luego dirás que todo fue rápido, que estabas siendo asfixiado por la inmediated, pero el resultado fue perfecto.
P.D. Aún y todo te aprecio, pero limpia la cocina! jajajaja
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