Saben los que me leen que muchas veces las películas son una excusa para escribir, un fondo en el que apoyarme, una manera de dar cuerpo a emociones, a ideas que llevo dentro y que quiero compartir con ustedes. El cine, como todas las artes, no es más que eso: un catalizador de la vida, un espejo en el que mirarse y sentir amor, o angustia, o felicidad contenida. También —continúo mi confesión— la mayoría de las veces no tengo la más remota idea de qué voy a escribir cada semana, y suelo pensarlo durante el cigarrillo de página en blanco que toda persona que escribe y fuma conoce. Ese amigo engañoso que nos relaja y nos espera, que nos asienta el ánimo con humo suave, que hace que pensemos más claramente y que ordenemos las ideas delante de la pantalla.
Hoy, sin embargo, es diferente. Ayer hicimos Blanch y yo, y otros compañeros, un examen en el que descargamos la densidad histórica que nos venía empapando desde hacía unos días. Dreyer, Bergman, Truffaut, John Ford, Pasolini, etcétera. Después salimos a celebrarlo y a beber, que somos todos humanos y somos todos personas eminentemente alegres, y estudiamos, y vivimos en Salamanca —acabo justo aquí mi cigarro blanco, ya con dos párrafos—. Y digo que hoy es diferente porque se me ocurrió el artículo en medio de las copas, de las luces y la madrugada, mientras, apoyado en la barra —siempre he sido hombre de barra, bailar no es lo mío—, miraba a mis amigos divertirse y reír, y hacer el idiota; mientras estábamos pasándolo todos bien, disfrutando como enanos. Justo en el momento en que clavé mi mirada, de forma fugaz pero infinita, en los ojos más brillantes que me he encontrado jamás y que me acompañan, suerte de suertes, todas las mañanas y todas las noches frías.
Ese momento fue cine puro, y fue bello y fue una vida entera reflejada en el aire. Y se me ocurrió que hoy les hablaría de Brokeback Mountain, porque es precisamente eso: la vida latiendo sobre el viento, ojos que se miran durante un instante y se enganchan ya para siempre, sin remedio, como árboles que crecen juntos y mezclan las ramas, y todo se mueve de uno a otro sin tocar la tierra, y sus destinos son el mismo porque crecen enredados hacia el cielo.
Ellos se miran y se entienden de pronto, porque cada uno ha llegado allí de manera distinta pero los dos arrastran el mismo pasado de miradas furtivas, de mentiras y de miedo, porque son infelices y detrás de los vaqueros hay dos corazones podridos de tanto sufrir. Se reconocen al instante, quizás en el primer contacto, pero no aceptan la vida hasta después, cuando ven que el cielo se desata y el valle los aplasta de silencio, cuando el verde de la hierba, la pureza del agua y el sudor empapan tanto sus pieles que ya no pueden sino besarse. Y lo hacen violentamente, de forma masculina y desatada, porque son hombres encerrados en jaulas invisibles, y tocarse y morderse es como romper los barrotes, y les duele tanto y a la vez tienen tanta esperanza que lloran de rabia.
Los dos tienen vidas construidas sobre dudas. Es difícil ser valiente porque todos somos cobardes y señalamos, con dedos de furia, las diferencias y lo desconocido. Porque nos da miedo aceptar. Ellos, los dos, han sido marcados, lo saben pero lo esconden, conocen la sensación de temblar ante unos brazos, de desear pieles duras y ojos profundos y no poder siquiera tocarlos. Ellos llegan allí mintiendo porque el mundo les ha dicho que mientan, y han sufrido tanto sin decir una sola palabra que la nueva realidad los aterra.
Pero se lanzan al vacío porque el amor es naturaleza y es fuerza, y no puede reprimirse cuando surge, y los rugidos de la felicidad en las montañas se hacen tan fuertes que irrumpen en sus mentiras y los descoloca, y hacen que todo se tambalee y que el mundo, que todavía no había dicho nada pero había provocado todo, los señala y los ejecuta, rompe sus almas y desgarra la esperanza y sus destinos, amputa para siempre la nobleza de algo más viejo que la vida y que los deseos, y vuelven los dos a la jaula o a la muerte, que es lo mismo, y pierden lo que nunca pudieron tener y se ahogan en nuestra cobardía para siempre.
Brokeback Mountain no es una historia de homosexuales: es una historia de hombres. De dos personas maltratadas sin haber hecho nada para merecerlo, de dos corazones que se atraen violentamente mientras la vida les dispara con furia. Quién no sabe lo que es amar y quién no sabe que cuando amas lo demás no importa. Esos dos vaqueros tuvieron un instante en sus manos y se libraron de las mentiras por un segundo, vieron el cielo abierto a través de las hojas que se enredaban sobre ellos, lejos de un mundo miserable que los había condenado al silencio, a las pesadillas y a los sueños manchados de culpa.
Ayer pensé en ellos mientras me apoyaba en la barra y veía la felicidad desatada, y miraba los ojos de ella y ella miraba los míos. No hay nada que nos impida tocarnos, yo puedo rozarle el cuello con los dedos mientras caminamos por la calle y hace frío, y puedo ver cómo se retuerce porque mi mano está fría y su piel caliente, y puedo sonreír cuando ella ríe como una niña, con esa risa despreocupada e infantil que parpadea en el aire, y ella puede agarrarme fuerte el brazo cuando sale del trabajo y yo la espero, y nos damos un beso breve en medio del viento, y nos alejamos caminando juntos hacia la vida y la esperanza. Porque yo soy un hombre, y ella una mujer, y todo es normal y a nadie le parece extraño, y a veces la gente nos mira y piensa ‘qué pareja más feliz’, pero no saben que yo, mientras camino y amo y me siento afortunado, desearía escupirle en la cara al mundo porque soy una persona, y dos hombres también lo son, y también lo son dos mujeres, y nadie tiene derecho a romper tantas vidas por culpa de la ignorancia.
7 comentarios:
Cuantisima razón. Amén hermano.
Un saludete desde el polo norte.
Dos almas destinadas a estar juntas y condenadas a vivir separadas. Es una pena que el mundo esté lleno de historias como ésta. Por suerte, aunque sigue habiendo algún que otro neandertal, las cosas han cambiado bastante, y hoy en día todo esto está más normalizado. Lo dice alguien que lo ha tenido todo muy fácil.
Un abrazo
Cuántas historias de ojos brillantes que se miraron los unos a los otros, condenados a las miradas furtivas y los besos robados...
Yo tampoco me imagino una mirada sin tus besos,(todo lo demás te lo diré con una mirada).
PD: Te agarraría más veces del brazo al salir del trabajo, si me fueras a buscar más veces al trabajo... :P
Recién llegado a tu blog; feliz de contribuir a que llegues a los 100 seguidores! :D
Un saludo! :)
Me gusta el título: PERSONAS. Junto con "amor" es lo único relevante. Reconozco que las cosas han cambiado, pero no tanto. El miedo y la ignorancia siguen influyendo demasiado en la sociedad.
Como muchas veces, tu artículo me ha emocionado. Estoy aquí sentada, pensando en el Amor y las personas, llorando por esa belleza que traspasa géneros, razas, colores y complejos.
Un besiño.
Eres demasiado grande, aprendí muchas cosas de ti, y seguiré aprendiendo seguro.
Con el artículo de tu abuelo lloré, y sabes que soy todo un machote, y este como todos los que haces MAGISTRAL!!!
Un abrazo brother.
PD: Si, bailar no es lo tuyo jeje
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