El 15 de julio arrancó la décima edición del festival de vino y cine fantástico Grossman, cuyo nombre pertenece al hombre que introdujo el cine en Eslovenia, el doctor Karol Grossmann, y que se celebra cada año en Ljutomer, una pequeña localidad al noreste del país. Cuando supe de la existencia del festival, a través de una amiga que es una ferviente fan del mismo, me puse rápidamente en contacto con su organización para ofrecerme como voluntario, puesto que el concepto del festival me parecía genial y quería acumular algo de experiencia en dicho sector. Quedé un día con uno de sus integrantes y la charla me dejó aún más entusiasmado si cabe: obviamente tendría que trabajar, pero también gozaría de tiempo libre para disfrutar del festival como un espectador más. Comida, alojamiento y viaje gratuitos. Y se trata de un festival tan pequeño y acogedor que hasta el mayor mandamás carga sillas si es necesario. Así que allá fui, junto a dos amigas, a vivir una de las mejores experiencias de mi estancia eslovena, a poco más de un mes de concluir.
Lo que no sabíamos es que nuestra vida en el festival iba a resultar ser una pesadilla más terrorífica que las películas en competición. Durante hoy y los dos próximos días les contaré cómo fue mi paso por Grossman, sobre las películas que vi (no tantas como hubiese querido), sobre el funcionamiento del festival en sí y, desafortunadamente, sobre lo puteado que se puede estar cuando se trabaja como voluntario, para más inri foráneo y desconocer de la lengua predominante.
Día 1: La cosa no pintó especialmente bien desde nuestra llegada a Ljutomer. Nos dijeron que no tendríamos que pagar la comida y al final sólo nos dieron 5 cupones para toda la semana, o lo que es lo mismo, un almuerzo gratis al día. Cuando se lo comentamos a nuestro taimado coordinador nos responde alegando que la cárcel es mejor porque sirven tres comidas (¿?). A los técnicos, cuya labor es tan fundamental como dura e infravalorada, también les dieron los 5 cupones de rigor. Al menos ellos podían descansar en un piso, sin amueblar eso sí, pero los tres voluntarios ‘guiris’ nos tuvimos que quedar en un camping, que en realidad eran unos matorrales habilitados para acampar, y con habilitados me refiero a que la zona estaba delimitada por una cinta amarilla y había dos baños portátiles, de esos que ni siquiera tienen sistema hidráulico para que las “cosas fluyan”, y una ducha. Hasta el mismo día anterior nos tuvieron en vilo sin confirmarnos si tendríamos que hacer camping o no. Nosotros fuimos los únicos trabajadores del festival que tuvieron que quedarse en el camping.
No hicimos caso a las primeras advertencias (yo aún me mantenía muy optimista) y acudimos a la apertura del festival, con vino y tarta para celebrar sus diez años de vida. Allí fue donde conocí a Marc Carreté, director catalán que acudió como invitado al festival para presentar su debut en el largometraje, Asmodexia, una película independiente de exorcismos con giro de tuerca que también se exhibirá este año en Sitges. Carreté es muy majo y de Sant Cugat del Vallés, ciudad donde he pasado varios veranos de mi vida. Coincidimos en varias ocasiones pero se fue el jueves, pues el sábado participaba en la presentación de un libro sobre cine fantástico junto a Jaume Balagueró (su ídolo confeso) y Ángel Sala, director del Festival de Sitges. No me pude despedir como es debido (la última vez que nos vimos yo no me encontraba en mi mejor momento) y ni siquiera fui lo suficientemente listo para sacarme una foto con él, aunque al menos tengo una suya de cuando se subió al escenario del Kulturni Dom (Casa de la Cultura) para presentar su película antes de la proyección.
En cuanto a Asmodexia, cuenta el viaje durante 5 días de un exorcista (Luís Marco) y su nieta (Clàudia Pons) con el objetivo de ayudar a aquellos poseídos por un espíritu que afecta especialmente a los miembros más vulnerables de la sociedad: niños, pacientes mentales y drogadictos. Carreté muestra pulso firme en la dirección, la fotografía no tiene nada que envidiar a producciones de mayor envergadura, y el giro final funciona tanto como su potente prólogo, aunque para ello juega demasiado al despiste durante toda la película. Creo que le sobra algún subrayado de guión pero demuestra que España está en muy buena forma en cuanto al género fantástico, y fue de lo más digno que llegué a ver durante el festival. Por cierto que Balagueró recibió el premio a mejor película hace dos años por Mientras duermes. Carreté no lo ganó pero sí una mención especial “por su poderoso, imaginativo y excitante uso de la iconografía religiosa (…)”. Felicidades a Marc y espero que le vaya muy bien y que coincidamos en otra ocasión.
En el próximo capítulo hablaremos de la película The Canal, sobre donativos polémicos, proyecciones canceladas y explotación laboral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario