Ha empezado a llover justo ahora, en el momento que terminaba mi cigarrillo, el violín resuena en las paredes de mi cuarto y escucho una comida que se hace, allá a lo lejos al otro lado del pasillo, en la entrada de la casa, también escucho los ruidos de la calle a través de la ventana, miro por ella, veo a una mujer apresurada que camina bajo la protección de un paraguas que se mueve violentamente por el viento. Sigue el violín retumbando finamente contra las cosas, tú dónde estarás, yo escribo esto y a doscientos quilómetros de llano terregoso y carreteras rápidas estarás tú, el mismo viento que ha movido el pelo de la mujer quizá haya pasado por las paredes de tu lugar; digo lugar porque no sé dónde estás ahora mismo, sólo un apartamento soñoliento que has descrito como “extraño, pero acogedor”, ¿Tendrás calefacción allí, en ese tu apartamento nuevo, incrustada quizá detrás de tu mesa que podría ser parecida a ésta sobre la que apoyo mis codos ahora?
Tus manos eran de cuero cuando las llevabas encogidas en los puños de la cazadora porque caminabas en estas calles mientras hacía frío, esas manos que luego apoyabas en la barra del bar mientras pedíamos una jarra de cerveza y que lentamente movías para sentarte en el taburete de la mesa que está junto a la entrada. Yo me sentaba enfrente de ti para charlar sobre cualquier cosa, aunque la conversación siempre nos llevaba a lugares mágicos, tu pasado o mi pasado o qué importaba ya el pasado porque estábamos allí, en el bar recogidos, hablando mirando las caras de los dos.
Vuelve este viento que ahora noto silbar en la persiana recogida, ese que quizá hayas visto tú desde aquel piso desconocido en el que sé que vives. ¿Vives todavía? Aquí no, yo no te veo ni escucho tus zapatos por el pasillo ni el ruido de la bolsa en la que traes la cena ni las latas de cerveza que abres delante de la televisión, ese partido, aquellas noches, no estás ya nunca cuando llego de algún sitio, esperando igual que esperaste en mitad de la carretera casi al principio de conocernos, cuando yo estaba borracho y tú me tenías que llevar a donde habíamos quedado en ir, aquel piso de aquella muchacha que casi tampoco recuerdo. Ese viento quizá sepa si vives o no, lejos de aquí.
El violín se ha parado bruscamente o es que yo, quizá, no me he dado cuenta de su agonía final porque estoy tratando de imaginar qué haces o dónde estás, ahora han entrado un momento en mi habitación para pedirme papel de fumar, tú no fumabas. Se ha terminado la Partita para violín de Bach, esa que es la número dos número mil cuatro no sé cuántas cosas más que no conozco porque nunca he llegado a saber qué rige la nomenclatura de las piezas en la música clásica, tú seguro lo sabes y ahora me gustaría mandarte un mensaje como los de antes para preguntarte si bajas al bar, a beber una jarra de cerveza, y contarme qué diablos significa un Opus y el número que va después y tantas otras cosas que tú conoces y yo no.
Había pensado en escribir este artículo sobre la imposibilidad de realización que tenemos nosotros, es decir, muchos hombres en general pero concretado en nuestro pequeño grupo de Salamanca que intentamos hacer algo más que trabajar en una fábrica de cualquier cosa, de televisión o de cine o de escritura corrompida por los tiempos, e iba a titularlo La furia, pero hace un rato mientras yo fumaba el cigarrillo después de comer y ella recogía sus platos con ese movimiento impredecible que tiene su cuerpo cuando se mueve y parece que habita otra realidad distinta a la que me muero por acceder, justo en ese momento ella me contó lo que habíais hablado el otro día y entonces yo recordé que sí que existes aunque no pueda verte ni bajar a tomar una cerveza contigo ni preguntarte cualquier cosa sobre música como siempre hice. Decidí no escribir nada sobre aquella melancólica idea de La furia, y quise sentarme a escribir con esta Partita que Bach compuso para su mujer muerta, a ver si entre la música retumbante del violín y el dejarme llevar hacia ti, quizá por este viento que ahora se ha parado o por esa música que siempre has tenido guardada en tus dedos, descubría que sí, que sigues existiendo aunque sea a doscientos quilómetros de tierra y asfalto veloz, pero no he conseguido descubrirte ni volver a aquellos tiempos en que apoyabas tus manos de músico en la barra del bar, antes de pedir nuestra jarra de cerveza, ni he conseguido recrear fielmente cómo tus dedos se escondían en los puños de tu chupa de cuero al caminar por una Salamanca que ya no existe tampoco porque tú no la caminas.
Pero La furia, en fin, se ha quedado en mi mente y no he podido alejar de mí la idea de tanto talento que se muere encerrado en jaulas de paredes blancas, sea aquí en esta ciudad de piedras antiguas o sea en aquella otra ciudad central, imán, vomitorio de personas y objetos, en la que vives quizá en un apartamento que existe pero yo no conozco todavía y que para mí es tan lejano como tu pelo rizo tan negro. Como tampoco recuerdo las notas que componías con tus manos de músico y tu espíritu alejado del mundo y tampoco sé por mí mismo si escribes todavía esa música de la que estás hecho, aunque las empresas no te puedan pedir trabajos y el sitio en el que vives no te deje sacar la cabeza del agua. Pero aunque no consiga verte ni llegar a donde estás para decirte estas cosas con mi voz quiero creer que la música es más fuerte, que tu espíritu es más fuerte y que tus notas se elevan por encima de los edificios ruidosos, y que aunque deberías dejarte vencer sigues componiendo músicas que dicen al carajo y que además son más bellas que todos los momentos pasados y todos los negros momentos que todavía están por venir.
A mi amigo David Muñoz Pérez, músico.
2 comentarios:
Seguramente se emocione mucho cuando lo lea él. Desde luego conmigo lo ha conseguido.
Desde luego ese chico de los ricitos negros vale mucho!
En este blog se respira talento por partida doble.
Enhorabuena!!
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