Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
Jorge L. Borges, Poema de los dones.
Esto escribe el más grande de los escritores después de ser nombrado director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, tras darse cuenta de que no era capaz de distinguir los títulos de los libros. Estaba quedándose ciego. Hace unos días volví a escuchar su conferencia sobre la ceguera, de 1975, en la que habla de los colores, del amarillo especialmente, y de lo mucho que los extraña en ese mundo de niebla ‘que ni siquiera es negro puro.’ Es desgarrador y a la vez poético oír las palabras heridas de un hombre cuya vida entera fue la literatura; que fue, mejor dicho, él mismo la literatura. Y es emocionante para mí, emocionante y duro, recordar mientras las oigo.
"Qué lejos ha llegado todo. Qué desagradecida velocidad llevan los años. Aquí estoy, ya veintitrés, la barba salpicándome el cuello y la piel tan morena como siempre. He terminado aquel curso tembloroso e ingenuo en el que te vi por última vez, he terminado también los tres siguientes y he aprobado el bachillerato. He vivido en Santiago, estudiando historia -una de tus pasiones- y la he abandonado por crío y por inmadurez, quizás por miedo. Soy maestro desde hace un año. He viajado y he crecido. He amado y he escrito tanto, he llorado tantas veces. Ahora estoy en Salamanca, corriendo detrás de mi sueño. No sé por qué comienzo contándote esto, porque tú esto ya lo sabes. Querría decirte todos los libros que he leído y todos los cuadros ante los que me he maravillado, cómo uno crece de pronto y se da cuenta también de pronto que rodeando la casa, habituales ya de tantas veces que pasaron los ojos sobre ellas, cuelgan tus acuarelas purísimas, difuminadas y grises como Galicia, coloridas y brillantes como las colinas verdes, serenas y frías como la nieve en Canadá. Los pescadores comiendo sardinas en el Pedrido, la torre de Hércules con gaviotas en nuestras escaleras, el llano blanquísimo de Toronto a veces sobre la chimenea y a veces en el pasillo, la canción a mamá en su boda, el autorretrato, las gafas, el pelo hacia atrás, las fotos blancas y negras.
Me gustaría hablarte de los colores porque te lo debo, porque la vida nos arrebató ese derecho a charlar sobre cualquier cosa, porque la noche se llevó todos los consejos que podría haber recibido de ti y que me hubiesen hecho mejor de lo que soy, y que me hubiesen guiado en momentos difíciles. Por las palabras que nunca escucharé y las críticas a mi escritura de las que nunca podré aprender, por la lucidez que me habrías aportado y lo que hubiésemos discutido sobre literatura y sobre cine. Por eso déjame hablarte hoy de películas, porque sé que las amabas y porque yo también las amo.
No sé cómo empezar a escribirte sobre Ciudadano Kane, porque tú la has visto y yo hace tan poco que la disfruto... sabrás por descontado la época que marcó, inaugurando la profundidad de campo y revolucionando la manera de filmar, con ese travelling imposible a través de la ventana ante el que seguro te has relamido observando la claridad de la nieve sobre el trineo, el plano avanzando entre las paredes de madera, ese niño que juega resaltando sobre la pureza del suelo como nace una flor en mitad del prado. Todo eso y más habrás visto en la famosa escena de la chimenea, cuando Charles Foster Kane se mueve de atrás hacia delante y el espectador comprueba las dimensiones gigantescas de esos troncos y de los techos. Los techos, por supuesto: fue seguro en esa película la primera vez que comprobaste que estaban allí, gracias a los contrapicados abrumadores, como aquel de la escalera. Pero lo que más te fascinó fue el claroscuro, estoy casi convencido, ese juego de luces y sombras tan nítidas y contrastadas pero a la vez tan difusas y misteriosas como la niebla en tus cuadros. Mejor que el expresionismo alemán, o quizás no mejor pero sí más refinado, más elegante, más evolucionado. Recuerda todo esto ahora mientras te lo digo y revive en tus retinas las imágenes de las que hablo.
Luego también estará Blade Runner, fabulosa historia sobre el hombre y sobre sus miedos pero también sobre la lluvia y la suciedad de las calles. La verías seguro, yo era pequeño y por lo tanto no lo recuerdo, pero conociéndote y conociendo tus pasiones, tu amor a la belleza y al progreso, no me cabe duda. Fue la primera en mezclar luces cálidas con tonalidades frías, los interiores de las casas desangeladas o el color anaranjado del sol tras las ventanas contra las publicidades, los fríos neones mojados de los edificios, los chispazos eléctricos, brillantes, saltando de todas partes y reflejándose en el rostro de Harrison Ford. Esa paloma que al final vuela entre claridades, sombras y hechizos, entre magia y sobre el azul metálico de la ciudad, ‘se perderán, como lágrimas en la lluvia.’ Pero qué hago yo hablándote de esto, yo que nada sé a ti que tanto conocías.
La charla que hubiésemos tenido y que hoy te escribo nos hubiese llevado seguro a una película reciente que tú ya no has podido ver. Es francesa y ha sido muy halagada por todos, por la crítica y por las jovencitas que comienzan a despertar al arte, pero también por hombres mayores y por mujeres ancianas. Se llama Amélie, como el nombre de la protagonista. El argumento cautiva quizás, pero quizás no definitivamente: es una mujercita que quiere hacer el bien y todas estas cosas. Amar al prójimo y conseguir que la gente sea feliz. De todas formas no es eso lo que me fascina, sino el poder visual y la belleza cromática que irradia cada fotograma. Te juro, de verdad estoy convencido de ello, que cada plano de esa película podría ser un cuadro. No he visto nunca una composición tan equilibrada, tan calculada, tan bella y tan pura en cuanto a colores se refiere. Azules, rojos, verdes, todos muy saturados pero perfectamente encajados en la imagen. Como un gran pastel concentrado, demasiado bello, demasiado bien elaborado. ¿Sabes? Creo que si te fijas en cada escena, los colores del decorado hacen juegos y contrastes con el vestuario, con el tono del cielo, con el amarillo de las calles. Hubieses disfrutado tanto viéndola... es el cine más cercano a la pintura que he conocido jamás.
Luego hay muchos estilos distintos, seguramente más genéricos y vagos, pero de los que me gustaría hablarte también: la especie de cortina apagada que tiende David Lynch sobre sus fantásticos delirios; los bailes oscuros, marrones y negros de los hermanos Coen en exteriores; el espectáculo vivo y descarado de todas las películas de Pedro Almodóvar, que tampoco has tenido ocasión de ver. Volver, su penúltima, creo es la más lograda en ese aspecto: tanto mantel a cuadros de aldea y tantos vestidos chabacanos derrochan elegancia en sus manos, o mejor dicho en sus lentes. La magia de los maestros, ese poder que tú también imprimías a tus cuadros, ese talento innato que tanto se persigue y que tan difícil es de poseer.
Podría seguir hablando contigo mucho tiempo más, pero no me respondes. En la cabeza tengo grabadas esas palabras de Borges con las que antes empecé: ‘que ni siquiera es negro puro.’ También tengo grabada una frase de mamá, la entonación exacta con que me decía, la primera vez que vi Casablanca: ‘¿Sabes? Tu abuelo veía esta película todos los días cuando se estaba quedando ciego. Quería recordarla para siempre.’ Antes comencé contándote las cosas que he hecho desde que ya no estás, pero no hacía falta, porque ya las sabes. Igual que no hacía falta hablarte sobre los colores en el cine. Es sólo que estoy siempre triste porque no he podido tenerte en mi madurez y nunca me responderás. Sin embargo, te siento aquí, como cada día que pasa y cada vez que amo, cada paso que doy y cada cuadro que veo, cada libro que leo y cada palabra que escribo, yo te siento aquí, vigilando lo que hago y sonriendo desde dentro, con esa risa cargada de ironía que iluminaba la familia como un faro, como lo que siempre fuiste para todos. Te siento aquí tranquilo, conmigo, viviendo a través de mí y tecleando a través de mis manos, venciendo la ceguera porque ahora, ahora y desde siempre, ves a través de mis ojos."
A mi abuelo Bernardo Riveira (1934-2001), arquitecto y pintor que perdió la vista un año antes de que yo naciese.
10 comentarios:
Es genial. Me ha conmovido lo de Casablanca.
"... veía esta película todos los días cuando se estaba quedando ciego. Quería recordarla para siempre"
Nada más que decir. Espléndido.
Me has emocionado.
Quiero que sepas que hay muchísimo de él en ti, tu búsqueda incesante de la cultura y tu gran dialéctica. Nuestros seres queridos no se van permanecen en nosotros para siempre.
No hay un solo día en que no piense todo esto que dices sobre él...y no hay un solo día en que no piense lo mucho que nos podría ayudar en todo ahora que somos mas conscientes. Pero me queda el consuelo de que contigo, si que podremos hablar, discutir como hermanos, y dejarnos maravillar por lo tanto que te pareces a el.
Un abrazo.
A mi tambien me has emocionado. Era una persona muy especial,y mi recuerdo de él,aunque distinto,es precioso.
Estoy segura de que le han encantado estas letras,y tambien esas películas recientes... a través de tus palabras y de tus ojos...
Un abrazo Chechu!
Marta
¡Qué grande eres Chechu! Estoy seguro que tu abuelo, allá donde esté, se siente orgulloso de tener un nieto como tú.
Un abrazo, cuídate mucho.
No lo dudo. Si tu abuelo leyese estas preciosas palabras, estaría muy orgulloso de tí; más de lo que lo estamos todos los que de alguna forma u otra te rodeamos. Abrazos
Angeles P
Lo sepa o no lo sepa, las lea o no las lea, lo importante es que estas cumpliendo con lo que nos enseñó: dar siempre lo mejor de cada uno, no hacer las cosas a medias, esforzarse en mejorar y aprender constantemente
Ese es el mejor regalo que nos dio a sus hijos y nieto
gracias, chechu :') tus palabras son las acuarelas que ya nunca pido pintar
Ese es el mejor regalo que nos dio a sus hijos y nietoS
gracias, chechu :') tus palabras son las acuarelas que ya nunca pUdo pintar
La mejor herencia que puede dejar un ser especial es su ejemplo y esa guía invisible que acompaña a los que lo quisieron.Yo no conocí a tu abuelo, Chechu, pero sí me siento afortunada porque gozo de la amistad de una persona generosa y sensible, tu madre, que estoy segura de que ha vibrado con tus palabras.
Felicidades por tus escritos.Un abrazo.
Marta C. Cividanes.
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