Pozos de ambición: Paul Thomas Anderson es un director interesante. En su corta pero imprescindible filmografía ha pasado de contarnos la dramática historia de una estrella del porno en Boogie Nights a extrañar a propios y a extraños con una historia de amor marciana en Punch-Drunk Love, pasando por dirigir la mejor película de historias cruzadas como es Magnolia, con lluvia de ranas de por medio. Y siempre exprimiendo las posibilidades que le han proporcionado estas historias.
Aun así, quien iba a imaginarse que la próxima película del director fuera a ser sobre un excavador de petróleo de comienzos del siglo XX. Pues así ha sido, y Anderson no ha decepcionado ni lo más mínimo. El negocio en auge del petróleo le sirve como contexto para contar la historia de un hombre con ansias de éxito que sin embargo no sabe sobrellevar las carencias que tiene a nivel afectivo y familiar. El enfrentamiento que tiene con el predicador del lugar donde va a hacerse de oro es de lo mejorcito de la película, aunque hacia el final pueda provocar risa de lo lamentables que llegan a ser los personajes. Tampoco tiene que ser algo negativo, pero le resta dramatismo.
La película gira en torno a Daniel Day-Lewis, actual ganador del Oscar como mejor actor por este papel. Es un grandísimo actor, así que obviamente lo hace genial, aunque algunas veces el histrionismo se apodere de él. El predicador, que está interpretado por Paul Dano, al que vimos muy sobrio en Pequeña Miss Sunshine, tampoco le va a la zaga en exageración, pero consigue un resultado óptimo porque consigue que le odiemos tanto como lo hace el personaje de Daniel. Puede que no tanto...
Especial mención para la fotografía, que consigue unas panorámicas preciosas, sobretodo las que suceden durante la puesta de Sol, y la banda sonora, que no me ha gustado porque consigue ponerme muy incómodo, y me imagino que el propósito era ése.
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