Escribir, al principio, era divertido. Cuando descubrí la diferencia entre escribir mal y escribir bien, dejó de serlo. Pero la decepción más importante es cuando descubres la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte.
Truman Capote, Prólogo de Música para camaleones.
Los espejos están ligados al desdoblamiento, a la multiplicidad de visiones, a ideas que nos envuelven de miedo y misterio. Los grandes artistas siempre los han usado como símbolos, Tarkovsky —esa genialidad de Nostalgia, cuando el hombre se ve reflejado como otro hombre—, Bergman, Orson Welles en Ciudadano Kane, con la repetición infinita de la figura del Great Man, poderoso, influyente, rico y fracasado, desesperado, moribundo de alma y cuerpo, o en La dama de Shangai, justo en el clímax, que luego homenajeó Woody Allen en su Misterioso asesinato en Manhattan.
Pero el maestro sueco tiene una película que va más allá de todo símbolo visual y se convierte, como obra, como ensayo, en la metáfora más perfecta de lo que significa realmente un espejo; es decir, la visión de uno mismo desde otra perspectiva. Forma parte de la trilogía sobre dios y la muerte, junto con Los comulgantes y El silencio, y se llama, como no podía ser de otra manera, Como en un espejo. No “El espejo”, o “Espejo”. Noten la genialidad en el simple título.
Porque cuando observamos la pantalla negra y la tipografía habitual de Bergman en blanco, escuchamos la Suite No2 de Bach, el Sarabande que rompe las cuerdas del cello, y nos lleva de la esperanza quizás a los abismos, a la rotura descompuesta, sabemos que algo grande está a punto de ocurrir, adivinamos por los créditos la obra, porque la apertura es en realidad el principio, la presentación, y los genios comienzan ya a contar su historia en ese punto.
Un escritor viaja a ver a sus hijos, un adolescente con gusto por el teatro, y una chica paranoica que cree ver a dios tras una pared de la buhardilla de casa. Viven en una isla, la isla de Färo —donde residió el propio Bergman gran parte de su vida—, acompañados por Max Von Sydow, yerno del escritor. Cuánto llevaban esas personas sin verse, y qué razones se habrán dado para que eso ocurriese. La muerte de la madre, quizás; la enfermedad cada vez más grave de la hija; el despego del hijo pequeño. Todo nos lo sirve Bergman de forma clara y sutil, deshaciendo con los dedos la tela de la trama, dándonos los hilos suavemente, dejando que los apreciemos, rozándonos con ellos la piel de espectador entregado.
Sin embargo, no va por ahí la verdadera historia, porque lo que cuenta no es lo que vemos, es lo que subyace, el realismo psicológico, como decía Dreyer, la razón oculta de los comportamientos humanos, tan enredada, tan profunda en los pozos; la realidad no es lo que ocurre sino lo que percibimos, la realidad puede no existir porque desaparece si no es observada. Espejos de otros, en fin, los ojos nuestros. ‘Luz, la piel del mundo’, como decía J. E. Pacheco; luz es lo que moldea, lo que hace ser, el hombre no más que unos cuantos rayos.
Por eso, magistralmente, Bergman deja que nos vayamos enredando con las telas que muestra y deja también que oigamos a dios, a dios diciendo por la boca de la hija, locura, diferencia, a dios que no existe y si habla es para los alucinados, por los labios del terror enfermo; y al final Von Sydow descubre al escritor en la conversación del barco, nos da la clave de toda la cinta, el escritor, apartando su vida y su familia para llegar al arte, para ser recordado, ‘no escribo más que novelas mediocres’, rómpete artista porque no serás artista, mengua en vida porque sabes diferenciar lo bello de lo sublime; tu esfuerzo y tu tiempo, escritor, los sacrificios por el retrete, al mar sobre la borda de la barca, date cuenta allí, revélate, siempre lo has sabido pero allí te contemplas definitivamente a ti mismo…
…Como en un espejo. El escritor ha pasado a ser tú, ya no es él, y ahora el escritor pasa a ser yo, espectador entregado, yo que aprecio el arte y sé diferenciar lo mediocre de lo bello, lo bello de lo sublime, y contemplo la película magnífica como quien habla con dios, dios hablándome a mí a través del arte, yo reproduciendo sus palabras en mi mente alucinada, yo y la certeza de una vida entera dedicada a crear, el final de una vida entera, de mi posible y probable vida entera, tirada por el retrete de las olas y del olvido. El escritor fue a la isla y se vio a sí mismo reflejado en la realidad de otros, el espejo, y tembló de angustia por reconocerse a sí mismo, el espejo, y yo entiendo su desesperación porque lo veo en la pantalla, el espejo, y me veo a mí mismo reflejado en ella, como en un espejo.
1 comentario:
Muy bueno y difícil describirlo mejor. Solo un apunte que puede ser interesante. El título está sacado de una carta de San Pablo a los Corintios: “Pues ahora vemos de un modo oscuro, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco sólo de modo fragmentario; pero luego conoceré así como soy conocido”.
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