Creador: David Simon
Int.: Dominic West, John Doman, Idris Elba, Frankie Faison, Wendell Pierce, Michael K. Williams, Seth Gilliam, Sonja Sohn
Emisión: 2002 – 2008
5 temporadas (Disponibles en Dvd)
De pequeño me llamaba la atención un gran estante de la biblioteca de mis abuelos, repleto de libros gordos y verdes, demasiado alto para ser alcanzado por mí. Todas las tardes después del colegio me quedaba en su casa y rondaba por el estudio, leyendo cuentos e historias para niños, pero con un ojo siempre clavado en aquella colección inquietante. Hasta que un día me armé de valor -de ese valor necesario para preguntar por algo que quizás esté prohibido, algo que quizá pertenezca al mundo lejano y nebuloso de los adultos-, y dije a mi abuela si podía leer uno de aquellos libros verdes. Entonces ella me miró como se mira a un niño que crece, con ese inevitable orgullo maternal, alargó el brazo y me alcanzó uno. No el primero ni el último: uno escogido al azar, aparentemente. Leí las palabras en las tapas duras: Una visita inesperada. Luego mi abuela me dijo: "Chechiño. Léelo despacio."
Las dos tardes siguientes las pasé en el sillón granate sin moverme, con aquel libro verde entre las manos. Leí todo lo rápido que mi habilidad me permitió, movido por la trama frenética y llena de interrogantes, empujado sin remedio a la sorprendente última página. Y al acabar sentí que algo se me iba, que se esfumaba ese mundo oscuro y misterioso que acababa de descubrir. Entonces pedí otro y luego otro más, y pude ver cómo mi abuela sonreía, lo feliz que la hacía ver que su nieto había caído, igual que ella tantos años atrás, en las poderosas manos de Agatha Christie.
Con The Wire, hace unos meses, tuve la misma sensación. Llegué a la serie por curiosidad, intrigado por el escandaloso tercer puesto que ocupa en el ranking FilmAffinity y espoleado por algún amigo que la había visto: "no sé por qué estás aquí hablando conmigo en vez de estar viendo The Wire", me decía. Así que, después de los exámenes de febrero, me hice con ella y me preparé. Recordé para mí aquellas palabras de mi abuela, "lee despacio", y me dije que intentaría hacerlo también esta vez. "Disfrútala", pensé. Sin embargo, igual que cuando era niño, la serie me tragó sin piedad y no pude parar.
Quien se lance a ver The Wire no debe esperar una serie policíaca, no puede esperar narcotraficantes sin escrúpulos y detectives incorruptibles. Con Baltimore de fondo, una de las ciudades más salvajes de América del Norte, las historias se entrelazan en el tapiz manchado de la miseria. No vemos a los delincuentes de forma habitual, sino que nos metemos en su vida. Qué les ha llevado a donde están, qué pasiones los mueven, cuáles son sus ambiciones, sus miedos, a qué personas quieren o cómo sobreviven en las esquinas.
Lo mismo ocurre con los policías: sus rutinas y sus relaciones, las sombras y las luces de la burocracia, qué los hace fuertes y por qué están del lado de la ley. A medida que avanzan los episodios buceamos cada vez más entre ellos, nos sentimos uno más en la tarea de repartir heroína en la calle, de detener a los sospechosos, de beber cervezas con los detectives Bunk y McNulty junto a las vías del tren. Y ésa es precisamente la fuerza de la serie: pasadas unas horas, no sabemos quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Podemos sorprendernos queriendo a un gángster y odiando al jefe de policía, o involucrándonos con los yonquis, con las putas, o despreciando a detectives casados y con hijos, deseando incluso que algún desgraciado les pegue un tiro. Viendo The Wire uno se pregunta de quién es la culpa: de los traficantes que asesinan o del alcalde que recorta fondos del departamento, de los estibadores que pasan cajas de contrabando o de la agente de seguridad incompetente; de ellos, en fin, o de nosotros.
No me gustaría hablar demasiado de la parte técnica y estética. Lo han hecho muchas personas antes, así que tan sólo citaré una crítica norteamericana: "Cualquiera de los capítulos de The Wire es tan bueno o mejor que cualquiera de las películas presentadas a los Oscar." La serie cuenta con los mejores openings que he visto en mi vida -quizá solamente igualados por el de Twin Peaks-, que cambian en cada una de las cinco temporadas, variando también las versiones del tema principal, compuesto ni más ni menos que por Tom Waits. Los actores, por otra parte, harían enrojecer a cualquier estrella de serie española y también a muchos divos del cine actual. Tú no ves historias de policías y traficantes, tú ves a policías y traficantes. Y ningún personaje, absolutamente ninguno está mal diseñado. Todos han sido desarrollados de tal forma que la diferencia entre realidad y ficción es nula. Lester Freamon, Omar Little, Kima Greggs, Frank Sobotka, Cedric Daniels, Avon Barksdale... cada uno de ellos vive y trabaja en Baltimore, asesina y trafica en Baltimore, engaña, ama, sufre en Baltimore. Uno tiene la sensación de que algún día visitará la ciudad y se cruzará con ellos, de que los verá en las esquinas o en algún bar del centro.
Así que lo siento, CSI. Quien quiera descubrir cómo funciona el mundo, desde la más alta política hasta el más hijo de puta de los sicarios, tiene que ver The Wire. Es un viaje sin retorno a los bajos fondos y a las altas esferas, al corazón oscuro de todos nosotros. Una ventana abierta a las drogas, al poder, a los vicios y al desengaño. Un disparo directo a los ojos que sacude, que mata y que mancha de mierda.
Creo que nunca podré disfrutar otra vez de una serie de este calibre. Así que considérense afortunados si no la han visto todavía. Mi consejo es el mismo que me dio mi abuela: véanla despacio, saboreando cada trago de Jameson junto a McNulty. Sé que es difícil de conseguir. Pero se arrepentirán cuando, como yo, lean los últimos títulos de crédito y se queden absortos mirando a la calle, apoyados en el alféizar y fumando un cigarro, observando cómo las putas y los yonquis se mueven allá abajo, escuchando con nostalgia las sirenas de policía, echándolos a todos poderosamente de menos.
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