Oops!… ¡Estoy incondicional e irrevocablemente enamorada de un vampiro!

Hay fenómenos de masas que de entrada te causan rechazo porque todo el mundo habla de ellos, lo ves por todas partes, no le encuentras el atractivo por ningún sitio y te niegas, a veces por orgullo propio, a ser uno más de la prole fanática.

Esto me ha pasado con varias modas juveniles y adolescentes: en mi tierna infancia me pasó con los tazos y los diávolos, después con Harry Potter (al final me acabaron gustando los libros), luego fue High School Musical, y ahora me vuelve a ocurrir lo mismo con Crepúsculo. Tras meses y meses poniéndola a parir he decidido echarle un vistazo, pues para criticar algo primero hay que verlo, aunque sepas muy bien de qué va la cosa.

 
Finalmente la he visto y ha sido tal y como la esperaba: el sueño húmedo (y casto) de una teenager emo (que es lo que se lleva ahora) enamorada hasta las trancas del chulito del instituto que tiene un plus de misterio por ser de condición vampiresca, aunque en este caso en vez de quemarse cuando le da el Sol se vuelve brillante como si fuera una bola de discoteca.

 
Catherine Hardwicke había dirigido anteriormente Thirteen y Los amos de Dogtown, dos películas muy interesantes sobre el drama adolescente, pero aquí no ha sido capaz de dotar de un poco de virtuosismo a la trama, que puede que sea muy fiel al original literario, pero es plana y lineal en su desarrollo, con unos efectos especiales más propios de una serie de televisión de presupuesto ajustado como Héroes, Smallville o Embrujadas, que de una producción para el cine que ha costado 30 millones de dólares, bastante inferior a las cifras que se manejan en Hollywood, pero para algo mejor seguro que da. Incluso el maquillaje se asemeja a los polvos de talco que usaron para los fantasmas de La maldición japonesa.

 
Crepúsculo es una película destinada principalmente al público juvenil femenino, pues es nada más y nada menos que la típica historia del amor prohibido, un Romeo y Julieta con colmillos de por medio, excesivamente pulcra para que nadie pueda horrorizarse ante escenas sangrientas o de calentamiento hormonal. Hay tensión sexual pero sin llegar a más, como tiene que ser, entre los dos nuevos ídolos juveniles: ella, la sosa Kristen Stewart, con cara de lela durante toda película y él, el pálido Robert Pattinson, que se limita a abrir mucho los ojos y poner mirada intensa. Las conversaciones románticas entre ellos son para mear y no echar gota:

– Y así es como el león se enamoró de la oveja 
- ¡Qué oveja tan estúpida!
- ¡Qué león tan morboso y masoquista!

En fin, tendremos que volver a hablar de Edward Cullen y compañía puesto que la secuela llega este mismo año. Ya saben, para que una nueva moda no les haga caer pronto en el olvido.

*1/2