Claro que sí. Y nadie se salva. Ancianos, niños, adultos, jóvenes, mujeres y hombres, abuelos y abuelas, todos y cada uno de nosotros. Ustedes, el vecino, yo mismo mientras tecleo, ese de la moto que oigo pasar por la calle. Aquí cada uno a lo suyo pero todos juntitos hacia el mismo pozo de mierda. Hacia el mismo destino insolvente que nos hemos buscado, llevados por la misma demagogia barata que nos hace caer la babilla, encantados de habernos conocido porque somos mu salaos, muy echaos p’alante y muy de vivir en los bares. La alegría de la huerta y de Europa, campeones del mundo y no sé cuántas cosas más, que en el fondo importan literalmente una mierda.
Y se estarán preguntado de qué coño va a hablar este tío hoy, si esto es un blog de cine y nada tiene que ver con lo idiotas que somos generalmente los españoles. Pero nada más lejos de la realidad. Exactamente de eso voy a hablarles hoy. De nuestro país de cine y de la cantidad ingente de dinero que se desperdicia en subvencionar la mediocridad y el ridículo. De la cantidad de basura que producimos todos con nuestros impuestos. Y de por qué lo hacemos tan mal. Pero antes de comenzar quisiera aclarar una cosa: no voy a dar un solo nombre propio ni voy a mencionar ninguna cinta. Dejaré que ustedes pongan las caras y los apellidos, los trajes de gala de Goya y los títulos estúpidos de las películas, el culo redondito y con muchas curvas, las tetas que botan descontroladas. Y es que hay para elegir: desgraciadamente, aquí falta de todo menos vulgaridad y mal gusto.
No podemos dejar en manos del mercado el futuro de un arte como el cine. En eso estaremos todos de acuerdo: qué sería de nosotros si las únicas películas que se produjeran fuesen las que más gente va a ver a las salas. No hay más que mirar a Hollywood o a las listas de las más taquilleras de lo que va de año. Pura y asombrosa mierda, espectáculo burdo y barato, encargado de evadir a los pobres peones –que somos todos- de sus rutinarias y aburridas vidas, de hacer que dejemos de pensar durante un par de horas, de recaudar el mayor número de billetes y en fin, de propagar mediocridad y conformismo de la misma forma que lo hace la literatura barata –y más vendida-, la televisión de ciertos canales –de casi todos- y la música de las discotecas molonas –la número uno, cómo no, en la radio más escuchada.
Pues el cine es exactamente lo mismo. Un arte. Una forma de belleza. Una expresión emocional superior a nosotros mismos, capaz de sobrevivirnos y de transmitir cultura, tradición, Historia, pasiones, enseñanzas. Capaz de hacer que esa chica que estamos empezando a conocer nos agarre fuerte del brazo y de pronto descubra, al salir de la sala, que nuestros ojos tienen un color diferente por la noche; o que esa madre añore la piel suave de su hijo cuando era un bebé, ahora que su hijo tiene ya cuarenta años y vive muy lejos de ella. Sin embargo, no todos somos iguales –gracias a Dios- y no todos tenemos la misma sensibilidad para la literatura o para la música, no todos exigimos la elegancia de un cantaor o la mágica invención de palabras que no significan nada pero nos hablan de sexo al oído. Así que para evitar la debacle total, el Estado vela por ciertos intereses culturales que puedan sacarnos de vez en cuando del fango ponzoñoso que es el panorama del cine como entretenimiento. Hasta aquí, de acuerdo. Todo va –como decimos en este país tan jocoso y coñón- de puta madre.
El problema viene cuando la pasta se reparte por amiguismo, por nombre y apellidos o simplemente a cambio de especias. Yo no sé si ustedes habrán visto mucho cine español de éste idiota, de éste que destruye a los adolescentes. Y tampoco sé si han visto mucho cine español de ése que arrebata, que destruye pero después reconstruye, que deleita con imágenes bellas y con historias reales y pausadas, piano, piano, que arrancan lágrimas y después sonrisas. O solamente lágrimas.
El mercado cinematográfico –es así, aceptémoslo de una vez- necesita nutrirse de películas entretenidas, modernas, atractivas a todos los espectadores y no muy exigentes. Cintas, para que ustedes me entiendan, de zombis rodadas a cámara en mano, estilo documental y rompedor, o cintas de presos que se amotinan y la lían parda en una cárcel de Zamora, o de marcianitos verdes que viven en un planeta con nombre de número. Y a ésas, después de haber sido leídos y analizados sus guiones por expertos –no por ministros de cultura, ya me dirán- a ésas hay que ayudarlas con algo de dinero público porque van a funcionar y son buen cine de entretenimiento y es lo que la industria necesita para soportar el nicho de, digamos, películas más exigentes que atraen a menos público. Sin embargo aquí le damos la billetera a algunos directores que han perdido el talento –si es que alguna vez lo tuvieron- y que ya sólo saben mostrar, o más bien ensuciar sus obras con el sexo bajuno y asqueroso que impregna sus propias neuras, o con las historias estúpidas y faltas de coherencia de las que ellos mismos, y nadie más, quedan prendados, y que ellos mismos, y nadie más, pueden escribir con su varita mágica de cineastas eternos e incorruptibles. Aquí nos untamos solitos la vaselina y dejamos que los actores guapos y jóvenes, espejos de virtudes, gocen con nuestra pasividad y nuestra ignorante entrega a lo mediocre, que escritores sin nada que decir, que no han echado un polvo en su vida y que no se han drogado en su vida, nos cuenten historias de sexo y de yonquis y de cómo los jóvenes se revuelcan con sus profes en la misma pocilga.
Pero qué carajo vamos a hacerle, ya me dirán, si todos tenemos la culpa y todos somos igual de estúpidos. Aquí, en este país, es mejor callarse y bajar a tomar unas cañas –pagadas, por cierto, con dinero que no tenemos- que salir a la calle de mala hostia y pegar un par de gritos que asusten para que nos dejen de tomar por gilipollas e ignorantes. De la misma forma que nos dejamos joder por los políticos y por la tele, por los bancos y por las modas, por el qué dirán y el no vaya a ser yo el rarito, nos dejamos joder por el cine y por quien controla la pasta que lo hace posible.
Pero qué iban a esperar. Cada país tiene el cine que se merece. Y en uno en que el periódico más vendido habla sólo de fútbol y la revista más leída de las tetas de la vecina, a ver qué coño de películas íbamos a subvencionar.
3 comentarios:
Una de las más Reverterianas entradas Chechu,pero que dice muchas verdades indudables y que por desgracia marca una tendencia difícil de superar de la noche a la mañana.
Por desgracia y al son de lo que decía una persona que tú conoces. Lo cierto es que hay que promover el cine comercial para poder seguir viendo(y sobreviviendo) en cartelera películas con alma abogada a convertirse en clásico. El problema recae cuando cine comercial se confunde con bazofia que incita a la..."fuga de cerebros".
PD:Hay que ver las cosas que surgen de tu cabeza entre un documental de insectos de agua a la conquista de Bonaparte. :)
Yo sì voy a dar nombres. Me doy cuenta de que la estupidez es universal cuando en Mèxico no se conoce a Buñuel pero sì a Mario Casas. Quizàs la explicaciòn estè en una exportaciòn cultural rigurosamente escogida o en un mestizaje contaminado con nuestra sangre. De lo mejor y màs envenenado.
Hai determinados productos culturales que difícilmente son rentables económicamente, pero son necesarios. Ahí es donde debe llegar la subvención pública. El problema es que todo llega a pervertirse y los que deciden que es necesario y que no lo es quizás no sean los idóneos. Cada cuatro años un porcentaje determinado de la población elije una cara, una imagen representativa de un partido político (inventados para que cuatro cantamañanas disfruten del poder) y poco más. Cada partido tiene una nómina de amiguetes que hay que colocar. A veces tenemos suerte y otras muchas no. Y ésos son los que deciden la política de subvenciones, entre otras cosas, y así nos va. Lo peor es que cuando finalizan su mandato, se van de rositas (Reverte) y nadie les pide cuentas.
El de esta semana es, como dice "anónimo", un artículo envenenado, pero tan certero y real como lo es -salvadas las escepciones que todos conocemos- la sociedad española.
Saludos.
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