Muchos directores tienen un actor fetiche con el que surge una química tan especial que no dudan en recurrir a ellos para la mayoría de sus proyectos. Indudablemente, el de Ridley Scott sería Russell Crowe; desde que unieron sus talentos para producir el éxito de Gladiator han vuelto a trabajar juntos en otras cuatro ocasiones. Una nueva versión de Robin Hood que se encuentra actualmente en pleno rodaje, es la última en sumarse a la lista.
Pero antes de que Russell se vistiera de arquero engordó unos kilos que luego le costó adelgazar para componer un personaje totalmente opuesto al gladiador que le valió el Oscar. En Red de mentiras, el actor de La sombra del poder es un pez gordo de la CIA que se limita a sentarse cómodamente en su sillón mientras le da órdenes al agente de campo a su cargo, un sufrido Leonardo DiCaprio, que es quien se come los marrones provocados por las decisiones que toma su superior mientras intenta dar caza a un peligroso terrorista.
La inevitable comparación entre el trabajo de campo y el de oficina, personificado en el duelo interpretativo entre Crowe y Dicaprio, es lo más interesante de la propuesta de Ridley Scott, mucho más entretenida y sugestiva que su anterior trabajo, American Gangster, que a mí en particular me dejó muy indiferente.
Pero Red de mentiras tiene un problema, y es que Scott no acaba por desprenderse de los clichés del cine de espionaje y terrorismo post 11-S. Tampoco se atreve a rematar la faena, introduciendo un final más suave de lo que podría haber sido y que sin duda ayudaría a enfatizar su mensaje anti burocratización. Un poco más de valentía no hubiera estado mal.
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