¿De qué va?: Michael O’Hara es un trotamundos irlandés que acepta trabajar como marinero en el yate de de un prestigioso abogado criminalista y de su seductora esposa. Tras empezar el crucero, O’Hara se verá atrapado en la maraña de intrigas y mentiras del matrimonio.
Reputación: De acuerdo con Orson Welles, La dama de Shanghai surgió de un acto de pura desesperación. Su compañía, Mercury Theatre, produjo un musical basado en La vuelta al mundo en 80 días que necesitaba dinero antes de su propio estreno para poder seguir adelante. Tras tropezar con la novela en la que se basa el filme, If I Die Before I Wake, llamó a Harry Cohn, el jefazo de Columbia Pictures, dándole instrucciones para comprar sus derechos y ofreciéndose a escribir, dirigir y protagonizar el proyecto si enviaba 55.000 dólares a Boston en las próximas dos horas. El dinero llegó y la producción continuó como estaba previsto. Welles protagonizó el filme junto a su esposa, Rita Hayworth, un poco cambiada, con el pelo rubio y corto, lo que causó una gran controversia y la creencia popular de que eso había contribuido a la baja rentabilidad de la película en los cines. Cuando Harry Cohn vio la película por primera vez, la encontró incomprensible y ofreció 1.000 dólares a cualquiera que pudiera explicársela. Quiso añadir escenas y flashbacks para hacerla más entendible, pero desechó la idea porque el presupuesto habría aumentado al tener que regrabar numerosas escenas. Debido a la mala acogida del filme, Welles inició su peregrinaje por Europa para contar con libertad creativa, y no regresaría a Hollywood hasta diez años más tarde para rodar Sed de mal. Curiosamente, en una escena el personaje de Orson Welles cuenta que mató a un franquista en Murcia, pero en el doblaje español dice que mató a un espía en Trípoli. Obviamente, el cambio se debió a razones políticas.
Comentario: Puede que La dama de Shanghai no sea un desfile de orgasmos cinematográficos como Ciudadano Kane o Sed de mal, pero Orson Welles hila igual de fino al componer unos personajes oscuros, llenos de rencor, odio y con intenciones ocultas que, como el propio Welles define en un momento de la película, son tiburones que se devoran entre ellos cuando huelen sangre. Tiene momentos estrafalarios, como ese juicio en el que el abogado defensor se interroga a sí mismo mientras el jurado se troncha, pero el misterio funciona, la química entre Welles y Rita Hayworth también, y toda duda sobre la buena forma en la que se encontraba su director durante el rodaje queda resuelta ante el magnífico acto final en el parque de atracciones, comenzando con los tintes pesadillescos de los primeros minutos, pasando por el enfrentamiento en la sala de espejos y terminando en una declaración de amor tan profunda como melancólica. Posiblemente, una de las mejores secuencias de la historia del cine.
Próximo visionado: Arroz amargo (1949)
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