Disculpen que les hable otra vez de nuestro querido país. Les juro que yo no lo voy buscando. Que vivo mi vida tranquilo y no pretendo encontrar problemas, o errores, o situaciones extrañas que después pueda escribir aquí. Palabra de honor. Pero es imposible. Impossible. Tan sólo la habitual costumbre de ir al cine, el camino de mi casa a la taquilla, la compra de la entrada, la sala oscura con la película a punto de empezar. Nada más. Algo que todos hacemos y que todos hemos vivido. Un momento en el que uno sabe que a continuación se encenderá el proyector, se apagarán las luces y nuestros ojos comenzarán a brillar.
Sin embargo el lunes, después de un ajetreado día –disculpen que salga esta sección hoy en lugar de ayer, pero estoy atrapado en una semana loca-, llegué de noche a casa, rendido, y mi querido Blanch me propuso ir al cine a ver Intruders con otros amigos. Yo no supe si aceptar, ya saben, la película de Fresnadillo apesta demasiado. Pero no sé. A todos nos gusta evadirnos de vez en cuando, y una película de terror después de una jornada infernal era lo mejor que me podía haber ocurrido. Así que cené a toda leche y allá fuimos. Contentos. Esperando sustos y tópicos. Seguros de nosotros mismos. A paso ligero, con los cinco euros preparados en el bolsillo. Ingenuos. Gilipollas.
Llegamos allí -Cines Van Dyck de Salamanca, hoy sí pienso dar datos- y compramos nuestra entrada rigurosamente, presentado el carné de la universidad para el descuento, como buenos y ejemplares ciudadanos. Por supuesto, y como la presunción de inocencia es una utopía, tuve que aguantar fijamente la mirada de la vendedora mientras sostenía mi carné en la mano y comparaba durante treinta segundos la fotografía con mi jeta de estúpido. Como los agentes de pasaportes en los Estados Unidos, pensé. Sólo le falta tomarme las huellas. ‘Sí’, le dije. ‘Soy yo’. Y sonreí ligeramente. A lo que ella, seria y profesional, respondió con un mal gesto, tirándome la entrada bajo el cristalito. Y eso -volví a pensar- que vengo a este puñetero cine todas las semanas desde hace un año. Pero en fin. No vamos a exagerar las cosas. We are in Spain, my friend. Be quiet.
Después entramos, el acomodador comprobó la entrada y nos indicó la sala. Cuando abrí las cortinas vi que estaba vacía, pero nada me sorprendió: a pesar de que los Van Dyck suelen tener bastante público, de vez en cuando te encuentras ese panorama. Sobre todo un lunes a las once menos cuarto. Así que elegimos los sitios que nos salieron de la flor y nos sentamos, hablando más o menos a un nivel alto porque no molestábamos a nadie. Comentando que, gracias a los brillantes genios que montan los tráilers, antes de ver una película sabes de memoria hasta el color de calzoncillos del malo final, y por supuesto quién es y qué grado de doble personalidad tiene. Vamos. Esperando tranquilamente a que empezase la peli. Sintiéndonos tranquilamente jodidos por los hacedores de tráilers, como cualquier otro espectador honrado.
Pero de pronto, sin previo aviso y veloz como una flecha, irrumpió en la sala un acomodador con pinta tensa. Una de dos, pensé: o están atracando ahora mismo el cine o tiene muchísimas ganas de cagar. Y en esto andaba cavilando cuando se plantó delante de nosotros con unos papelitos en la mano, y habló: ‘Sois los únicos de la sala y de todo el cine. Poner el proyector ahora cuesta mucho dinero. Quiero ofreceros un trato.’ Yo comencé a reírme a carcajadas. No me corté un pelo porque no me creía lo que estaba a punto de suceder. Cuando acabé de reírme, él continuó: ‘Os dejo ver cualquier película del Van Dyck Joven –está al otro lado de la calle- y os doy una invitación gratis para volver cuando queráis. Mirad. Lo que en realidad ocurre es que si aceptáis, salgo dos horas antes del curro.’
Así que ya me diréis. Estupor general. Él, totalmente metido en el papel de jocoso españolete que hace chanchullos en el cine, nos dijo las pelis que proyectaban en el otro cine: La deuda, La piel que habito, El árbol de la vida, Nader y Simin, una separación y No habrá paz para los malvados. Así que bueno, pensamos. Blanch y otro amigo querían ver la de Almodóvar, y los dos que quedábamos la de Enrique Urbizu. Nos miramos inquietos. A punto de aceptar. Y aceptamos, qué cojones. Dos películas por el precio de una. Además, pensé, esta Intruders es un pedazo de truño seguro, y llevo queriendo ver a José Coronado pegando tiros desde hace tiempo.
En el camino charlé con nuestro simpático coleguita, que hoy iba a llegar dos horas antes a casa, al bar, o a jugar a la Play. Me contó algo sobre que Warner se lleva cuatro euros de cada entrada en las películas que distribuye. Que el cine está jodido. Que a los Van Dyck –que suelen apostar por películas de autor-, cuando hay cartelera muy comercial, no va ni Dios.
Nos dividimos, pues, dos y dos. Unos a La piel que habito, otros a los policías y a los tiros. Cuando entramos en la sala ya estaba comenzada, pero no debía llevar ni un par de minutos. Estupor de nuevo, y sospecha: estaba casi llena. Nos sentamos donde pudimos y atendimos a la pantalla. Y cuando llevábamos un ratito pequeñín así, llegaron nuestros amigos, indignados porque tampoco iban a proyectar la de Almodóvar para dos personas, y los habían mandado allí, a comer Bífidus Activo con el Coronado y con nosotros, y con toda la peña que estaba congregada en la sala dos.
Me gustó No habrá paz para los malvados. El inspector Santos Trinidad es la hostia y mola un huevo. La trama, aunque lineal y un poco enrevesada, se deja seguir y es entretenida. Los malos no están mal. Hay cubatas y escopetas, policías calculadores, pasados turbios y una juez preciosa, casada y con hijos. La fotografía es oscurísima, milimetrada, recordando por momentos al Fincher de Seven. Los bajos fondos están bastante bien retratados y la película es, en general, interesante. Se deja ver muy bien y pasa a engrosar la lista de ese cine español que debe producirse y apoyarse. Nada más que entretenimiento bien hilvanado, pero con Peugeot y Citroën Xantia en lugar de Chevrolet y Dodge.
Sin embargo, a mis compañeros les pareció una mierda. Y por supuesto, les jodió que los obligaran a verla. Porque después de aceptar un trato underground para que el acomodador se vaya antes –quizá a los bajos fondos de la ciudad, de su señora, de lo que sea-, se la metieron doblada. Y es que era todo una trampa. Al salir de la sala, me fijé en un hombre que se levantaba, mirando extrañado un papel en su mano, como sin saber qué diablos era aquello y qué diablos hacía él allí. Reparé en el papel. Y, debajo del nombre del cine en azul, se leía, claramente, a la luz de los focos que se empezaban a iluminar: Invitación para dos.
Pero ya me dirán. El camino de vuelta se lo pasaron maldiciendo, sintiéndose engañados, ultrajados y asqueados de la falta de profesionalidad y de moral, etcétera. Yo reconocí que había sido todo un cachondeo. Y les di la razón. Pero iba sonriendo, hablando de la película, porque en realidad todo aquel pifostio me había salido de puta madre. Dejé de ver un truño seguro para ver algo interesante. Me llevé una invitación gratis para ir, por ejemplo, a Contagio. Y mientras escuchaba a nuestro querido Blanch gritar y quejarse como nunca, con una rabia tinerfeña salida del mismísimo Teide, pensé: mira tú. A ver si voy a ser yo el problema. A ver si esta sonrisilla pícara que se me ha puesto tiene el mismo origen que la ‘trama del Van Dyck’, y hacemos todos las mismas trampas, y pensamos todos los mismos engaños, y tenemos todos la misma cara bonita.
5 comentarios:
Doy fe de lo sucedido y de mi consecuente cabreo. Eso sí, la primera vez me toman el pelo, la segunda monto un pitote, pero espero que esta circunstancia surrealista no vuelva a pasar.
Estas cosas sólo pasan en "Mi querida España, esa España nuestra..." (Cecilia). No me digáis que no tenemos un país "cojonudo". Cualquiera os dirá ¡qué suerte, dos pelis por el precio de una! Y el favor que le habéis hecho al acomodador... Aunque yo sospecharía al ver tanta gente en la peli del Coronado. ¿Cuántos estarían allí en vuestra misma situación?
Jajajajajaja.... Spain is different. De cualquier modo: a ese cine le quedan dos telediarios!
Y que decir, como bien has escrito, esos maravillosos trailer/sinopsis, y cuándo digo sinopsis me refiero a su nombre técnico, como dice Marengui. Con su principio, su fin, su desenlace, su muerte de protagonistas, su maravillosa forma de quitarte la emoción de la trama, su...END.
De lo demás ya sabes lo que opino. Lo que os pasó es un buen símil de lo que pasa a nivel general en el cine, y no creo que solo en España. Prima el dinero, y si una peli, aún si es del mismísimo Almodóvar, no sale rentable, ¿por que se va a ver? por el arte en si mismo... No que va!
O quizá es una nueva estrategia del ministerio de cultura para incentivar el visionado de películas españolas... jummm
Esos cines son una República Bananera, yo hubiera cedido al primer chantaje pero al segundo... ¡la hubiera liado parda! Todo suena a una conspiración de Belén Esteban para que fueran a ver esa película producida por Telecinco! jajaja
Chechu, te digo que no te podía haber pasado algo mejor, considera a ese acomodador holgazán como tu ángel de la guarda. Tus sospechas son ciertas, "Intruders" es la mayor basura que he visto en mucho tiempo, no logró ponerme en tensión en ningún momento, el guión da risa y el doblaje pena. Hubieras salido de la sala con una rabieta mayor que la de Blanch.
Un saludo.
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