Creador: Seiji Mizushima
Emisión: 2003-2004
51 episodios (Disponible en Dvd)
Es madrugada y una vez más no puedo dormir. Sin embargo, estoy encariñándome con estas noches eternas, salmantinas, en las que escucho música mientras todos duermen y buceo dentro de mí mismo como un ladrón desconocido que piensa sobre cosas en las que el día no deja tiempo a detenerse, que lía un cigarrillo, que escribe como hoy. La luz de mi lámpara ilumina levemente la mesa y ahora, en la oscuridad silenciosa de mi casa, recuerdo a mi hermano.
Es complicado describir lo que uno siente cuando crece junto a alguien, cuando vive su propia vida y también la del otro. La inconsciente cabeza de un niño que se ve obligada a ser dos, que tiene los límites invisibles de otra respiración, de otra voz, que está siempre encendida por el tiempo que se refleja ante ella. Ayer mismo él estaba aquí, a pocos pasos al final del pasillo, durmiendo como siempre duerme, como un tronco, dejando la noche resbalar en el ruido característico de sus pulmones grandes, en su espalda ancha que hunde la cama. Ya no somos niños y ahora es extraño imaginar sus ojos marrones tan lejos. Uno se acostumbra a la vida y la vida, que avanza, nunca se acostumbra a nosotros.
Vi Fullmetal Alchemist el año pasado. Recomendada por mi amigo Ramón -ese sabio que tantas horas fantásticas me hizo pasar en Magisterio, allá en la tierra donde tanto llueve-, entró en mí como entra un cuchillo en la carne: precisa, directa, afilada. Nunca fui un gran amante del manga; por eso comencé a verla sin expectativas, esperando a que el primer capítulo o la primera gotita en la frente de un personaje me asquearan y pudiese dejarla, olvidarme de la experiencia fallida y seguir con mi cine de siempre, con mis series de siempre; en fin, conmigo mismo. Pero después de los primeros veinte minutos ya no pensé en otra cosa que no fuese luchar contra el sueño. Quería estar despierto, los párpados se me caían pero yo no quería dormir; quería, sorprendentemente, ver más.
La animación japonesa es buena, por no decir la mejor. Quién no se maravilla con las historias coloridas y exuberantes de Miyazaki, o quién no creyó en los años de infancia que algún día sería un caballero del zodiaco. Fullmetal Alchemist tiene un trazo impecable, muy vistoso; no tan serio quizás como otros animes -Kenshin, Death Note-, pero con un tono logradísimo que oscila entre la maldad y la risa, entre el más puro terror y las situaciones ligeras. Los personajes están diseñados con mucho temple, sin grandes alardes pero nada simples, con esa mezcla perfecta de fantasía y sencillez. No caen en los excesos ni en el barroquismo, y uno agradece también el placer de lo clásico de vez en cuando. Los hay, además, para todos los gustos: de los que es imposible no enamorarse y de los que hacen sentir escalofríos, de los más poderosos a los más desgraciados.
Pero dejemos los aspectos técnicos; lo más importante es, sin duda, la historia. Profundamente dramática, cargada de emoción desde la primera escena, hace que uno se implique con Ed y Alphonse de manera casi enfermiza. Dos huérfanos marcados por la trágica pérdida de su madre y a la vez poseedores de un don brutal: la alquimia. No tienen otra salida que el esfuerzo y la lucha para alcanzar la redención en un mundo hostil y a la vez maravilloso que se ven obligados a conocer, en el que se ven forzados a sobrevivir. Y de fondo la vida, la responsabilidad, el amor. De fondo, siempre, lo que son: hermanos.
Así que cuando llevaba más o menos la mitad, hice que el mío también la viese. Lo absorbió de la misma forma que a mí. Yo la terminé antes que él, quedé paralizado por el final impresionante, perfecto, y no tuve más remedio que hacer lo que hace uno cuando acaba una serie que le ha encantado: pensar y envidiar a los que aún no la han visto. Pero en esta ocasión tenía un aliciente, un último capítulo por vivir: esperaba con impaciencia el día en que él llegara al final.
Y cuando llegó, los ojos marrones, la espalda ancha, salió de la habitación, se acercó a mí con paso lento, de esa forma en la que anda siempre, tan familiar, y no dijo nada. Los dos nos miramos sonriendo, él asintió con la cabeza, se sentó en el sofá, estuvo un rato pensando. Después le pregunté qué le había parecido. Pero mientras escuchaba sus palabras encendidas, el ruido que hacía al mover los brazos, el sonido grave de su voz; mientras lo veía allí, la misma postura de mi abuelo, el pelo largo sobre la frente, los años que pasan sin piedad, me di cuenta de que no hace falta demasiado para vencer a la vida. Basta con una madrugada insomne, unas cuantas teclas y un hermano al que recordar.
4 comentarios:
Sin palabras, una vez más haces que tenga susurrar la palabra "joder" a la par que esbozo una sonrisa hacia un lado de la cara.
Qué decir...no hay palabras...
Un beso grande desde casa, desde este hogar que te extraña tanto.
Precioso Chechu, ojala Pablo y Dani tengan el mismo sentimiento y la misma cercanía que teneis vosotros, eso sí que es de envidiar. Bsos de los cuatro desde la tierra "donde tanto llueve"
Patri
Chechu, me emocionaste, que hermoso que sientas asi a tu hermano...que puedo decirte, te enviamos un beso muy grande,
Silvia y Hector
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