Del gran éxito de Love Actually llegó Historias de San Valentín, y del relativo éxito de ésta sale Noche de fin de año, en el que repite director, guionista y parte del reparto (aunque no en los mismos papeles). La premisa sigue siendo la misma: muchas historias de amor que se cruzan en una fecha especial, en este caso, la noche de fin de año, momento ideal para hacer balance, marcarse nuevos propósitos y encontrar a la persona perfecta para dar el beso a medianoche que tanto le gusta a los americanos. Vamos, que en España con las uvas nos lo pasamos mucho mejor.
Garry Marshall sigue viviendo de las rentas de Pretty Woman, pero al menos eso le sirve para reunir un lujoso reparto, aunque al final le haya salido algo casposillo con la inclusión de Jon Bon Jovi y Katherine Heigl o de gente como Hillary Swank, Halle Berry o Robert De Niro que, como todos sabemos, no están pasando por el mejor momento de sus carreras. Sin duda, todos relucen en ese cartel tan photoshopeado, pero otra cosa es la película, pues no consiguen que simpaticemos con sus personajes en ningún momento. No nos interesan sus ridículos conflictos de “odio la Nochevieja y me he quedado atrapado en un ascensor”, “mi hija se está convirtiendo en una zorra adolescente” o “me he encontrado a la estrella del pop que me rompió vilmente el corazón”, así que tras la larga presentación (20 minutos) de todos los personajes, nos queda por delante una hora y cuarenta de auténtico sopor para que contemplemos la “imprevisible” forma en la que todos resuelven sus problemas y, de paso, arrancarnos alguna que otra lágrima en vano.
El clímax cursi del tinglado llega con un discurso dado por una más ñoña que nunca Hilary Swank (debería devolver los ¡dos! Oscar que tiene) sobre el valor y la importancia de la noche de fin de año. Para mear y no echar gota. En serio que no recuerdo una comedia romántica tan torpe como ésta y, qué quieren que les diga, prefiero seguir partiendo el año atragantándome a uvas que pasarlo en Times Square, por mucho que los responsables de este truño nos intenten convencer de que no hay mejor lugar en el mundo para vivir el tan esperado acontecimiento.
2/10
Dos chavales viajan a Moscú para hacer negocios con la mala suerte de que su estancia coincide con una peculiar invasión extraterrestre, y es que los alienígenas, capaces de desintegrar a sus víctimas en un instante, poseen unos escudos que los hace invisibles ante el ojo humano. La hora más oscura se presenta como un nuevo giro de tuerca al subgénero de la ciencia ficción extraterrestre, con el plus de ambientar la acción lejos de Estados Unidos, lugar donde se suelen concentrar todas las desgracias y catástrofes habidas y por haber. Sin embargo, Moscú sólo funciona como escenario exótico, porque la peli viene cargada del espectáculo yanqui en su concepción más rancia.
El director Chris Gorak se muestra incapaz de jugar con el suspense que le ofrece la trama. No le pedimos que sea un Hitchcock, con haber creado un mínimo de tensión ante los ataques invisibles hubiera sido más que suficiente, pero ni eso. Para colmo, los protagonistas son una panda de alelados que cada dos por tres sueltan frases del tipo “¡Yo también estoy flipando, pero no dejo que el canguelo me supere!”. Ni Emile Hirsch, al que le profeso una gran admiración por películas como Hacia rutas salvajes y Mi nombre es Harvey Milk, es capaz de salvarse de la quema. Hasta en Speed Racer salía mejor parado que aquí.
Los 89 minutos que dura La hora más oscura transcurren como si fueran 120 o más. Nada consigue animar la función, ni la muerte de algunos de sus protagonistas, ni la introducción de personajes típicos como el viejo chiflado que descubre el punto débil de los marcianos (toda esa parte es un plagio descarado a 28 días después), ni la tropa rusa cargada de estereotipos regionales. Todo un despropósito que encima termina dejando el camino despejado para una secuela que, dados sus resultados comerciales, afortunadamente nunca se realizará, a no ser que esté destinada al mercado doméstico más ramplón.
2/10
1 comentario:
La primera no la vi, pero con la de los marcianos en Moscú pasé un buen rato riéndome a mandíbula batiente. Espectacular la mierda que puede llegar a producir Hollywood.
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