El mundo de Cristina es lejano, pajizo, repleto de algo así como azul oscuro a punto de llover. En ese instante en que se revuelve el viento y gira el pelo encabritado, Cristina se aferra a las hierbas (lo único que puede tocar, las hierbas) y nota la tierra pegándose a su vestido. Está sentada, mira hacia la colina. Está al borde de su colina. Se hinchan las nubes, amenazan el posible camino de sudor, de insectos, de esfuerzo recompensado por los maderos; hierro, un clavo, humedad a punto de llover. Cobíjate, Cristina, de la tormenta.
Lanzan el vuelo ciertos pájaros, allá en la esquina: cuervos. El momento no ha empezado, está a punto de suceder, Cristina todavía no repta y las nubes todavía no llueven. Ellos, los cuervos, son el detonante de los pinceles. Sonido de alas batiendo a lo lejos. Olor a tierra seca. Aire, pierna, Cristina comienza a escalar. Y el cuadro se termina con el estallido (sordamente). Quizá llegue a la casa antes de que empiece a llover (esto ya es vuelo, esto lo imagino). Quizá se moje, a medio camino, y las manos comiencen a resbalar sobre el barro, el barro apretujado contra sus dedos mientras ella se arrastra, reptil, contra las hierbas amarillas. Detrás estoy yo, pensando lo que ocurrirá a Cristina.
¿Cuál es el mundo de Cristina, qué es Christina’s World? Momento, en fin: ‘qué haces que no estás pintando, el sol no volverá a iluminar así aquellos árboles, ¡eso es el cuadro!’, decía Van Gogh en Los sueños de Kurosawa. El mundo de Cristina es fugaz, pero es infinito, es el retrato de una vida anterior y una vida futura, son sus ilusiones, es su día: ese vestido rosa pálido recién lavado que se mancha de tierra.
Su historia es una historia más, no es la historia de un cuadro. Quizá la historia del cuadro sea Andrew Wyeth pintando en su estudio o pintando en el campo, a través de la memoria o de las fotografías, a través de sus ojos o de Cristina. Ésa es la historia del lienzo. Ésa y otra, que será la historia del propio Wyeth, de su vida y sus influencias, de su evolución pictórica; los mundos que retrata tienen un origen, ese aire que todo lo mueve, esos tonos ocres, grisáceos. Los cuadros de Wyeth han nacido en alguna parte, durante muchos años han nacido. Viento del mar, Wind from the sea, penetra, clarea, revuelve el pelo del que mira, quizá tocó su piel mientras pintaba, quizá nunca existió y es tan sólo un sueño. Un sueño. ¿Son los cuadros un sueño?
Después de las dos historias, la historia que muestra el cuadro y la historia del cuadro, está la historia del que ve. Es decir, Museum of Modern Art de Nueva York, camino a los lavabos, un chico solitario divaga entre Marilines y Dalíes y Miróes, perdido, tan lejos de su hogar, tan maravillado, que se sienta un instante en el banco, frente al mundo de Cristina, relegado allí, al camino de los retretes, en honor de un tal Pollok o qué se yo qué Magritte. Y el mundo de Cristina se revela de pronto con un chasquido (sordamente) y se mezcla con el de aquel muchacho, tan lejano en el tiempo y en el espacio, cansado y fascinado, que se sienta en el banco a esperar un minuto y liberar la mente.
Historias que se cruzan: está a punto de llover, hace calor, vuelan los cuervos, las manos de Cristina se aferran a las hierbas, empieza a arrastrarse, no puede caminar porque es paralítica; el pintor lo sabe, lo ve, lo recuerda, el pintor viene de lejos y trae demonios e inspiraciones, pinta a Cristina en algún lugar perdido en los papeles; yo me siento y observo, imagino el mundo de Cristina, su dolor reflejado en cada pincelada, la forma en que mira la colina. Y entonces veo a Andrew Wyeth creando, traduciendo la realidad desde esa otra realidad fantástica; imagino el ansia y la superación de Cristina, sus manos duras de tocar la tierra, su deseo de alcanzar el cobertizo. Y me encuentro a mí mismo volando en el MoMA, los pies que reposan junto al cuadro, los ojos repletos de sueños (escribe, traduce, transmite), y todo se junta en un qué se yo mágico, en un visceral remolino, y me traigo aquel cuadro de vuelta a casa, el mundo de Cristina y el de Wyeth y el mío, y lo recuerdo hoy que es tarde ya, y todavía me queda mucho para subir la colina.
1 comentario:
Los cuadros de Wyeth son puro pensamiento y energía. Me gustan mucho por esa suavidad y aire que se respira en cada estancia, en cada paisaje gris.
Me ha encantado tu visión personal y tu viaje por la pintura de Wyeth.
Publicar un comentario