Saben ustedes que suelo comenzar mis artículos con reflexiones que luego enlazo con las películas de las que hablo. Relacionadas, en mayor o menor medida, con el tema del que tratan. Puede ser que les guste y me lean siempre —en cierto modo, es una seña de identidad de este espacio—, o puede ser que estén hasta la coronilla de mí, y que se pasen mis textos literalmente por el forro. En cualquier caso, yo escribo lo que quiero y ustedes leen también lo que quieren, así que todos felices. Sin embargo hoy decido avisarles desde el principio: no habrá emoción, ni habrá reflexión. Hoy no voy a ponerme en plan metafísico, ni metaliterario, ni meta nada. Así que empiezo ya, a saco, sin más preámbulos: ayer vi Melancolía. Y voy a expresar, siguiendo unos cuantos puntos, todo lo que opino al respecto.
Punto uno. Celebración (Festen), de 1998, dirigida por Thomas Vinterberg, es una obra maestra incomparable. Está rodada estrictamente según el manifiesto Dogma, que firmaron el propio Vinterberg y Lars Von Trier, por el cual su cine debía ser rodado cámara en mano, sin música ni decorados artificiales, sin iluminación, en formato digital y sujeto a la prohibición de que el nombre del director figurase en los créditos. Festen fue la primera película hecha según estos cánones, y narra el desmoronamiento de una familia el día del cumpleaños del patriarca, a base de que la mierda, tan bien enterrada en el pasado, oculta en la infancia y en los recuerdos turbios de los protagonistas, salte a los ojos de los invitados y de los espectadores, que son también invitados porque la forma sienta a la historia como un guante: vemos temblorosos —como ellos mismos— la tensión y el odio entre los personajes, vemos borrosos —como en la realidad— los exteriores de noche, oímos sin música —como los hijos— los discursos ruines e hipócritas de su padre, y nos quedamos helados delante de la pantalla —como los invitados— ante el poderoso drama que nos ha golpeado. Pues bien. Quédense con esto para luego.
Punto dos. Los idiotas (Idioterne), también de 1998, es Dogma y es de Von Trier. En ella nos situamos ante un puñado de actores que se dedican a hacer el idiota, literalmente, a todas horas del día. O sea. Que se hacen pasar por deficientes mentales, con falso centro de internamiento, con falsa furgoneta, con falsas excursiones, con falsos doctores, para ver qué ocurre. Y dan en la tecla. Una forma de esconderse de los problemas es hacerse el tonto, y ahí es donde mete el director el corazón de la película. Los actores fingen la enfermedad también en sus momentos de privacidad. No son ellos, son otros. Y eso les causa problemas y les causa felicidad. ¿Dónde está el límite? ¿Dónde está la moral? ¿Debemos ser racionales para sufrir, o irracionales para no hacerlo? Como ven, es una cinta muy controvertida, con polémicas escenas de sexo y de denigración, que ha sido criticada y vapuleada por innumerables organizaciones. Pero a fin de cuentas, expone un tema tabú de forma directa y sin rodeos, y hace pensar. En cuanto a la forma, también le sienta como un guante, pero quédense con un dato: Von Trier deja que veamos en varios planos, deliberadamente, la pértiga de sonido y al segundo operador de cámara.
Punto tres. Cada cual es cada cual —Chacun son cinéma—, y el director de Melancolía tuvo éxito y siguió rodando. De ahí surge la maravillosa Bailar en la oscuridad, con una Björk espeluznante y con un guion sublime que nos muestra cómo una mujer se va quedando progresivamente ciega y lo asume de forma sencilla, esperanzada, escuchando música oculta en los entresijos de una fábrica para llevar pan a su hijo y no quedarse sin trabajo, y cómo ante eso la perra vida y la mezquindad que todo lo inunda acaba venciendo. Comienzan a escucharse, de esta forma, notas creadas por el contexto y recreadas en la cabeza de la protagonista. Hay, pues, transformación desde el Dogma.
Punto cuatro. En 2003, a Lars Von Trier se le ocurre una genialidad: Dogville. Tomando como base el casi extinto movimiento de finales de los noventa, crea una obra donde no hay decorados porque los espacios están señalados con tiza en el suelo. De forma teatral, apoyando toda su intensidad en los actores y en una voz en off, el director danés grabó el rostro sereno del sufrimiento y la venganza en Nicole Kidman, a la que rodeó de negro puro y a la que iluminó de forma artificial e impecable, como toda la cinta. Y provocó un estruendoso aplauso, como el estruendoso clímax de la historia, que lo encumbró al trono del cine de autor. De todas formas, aquí tengo otros dos datos que deben ustedes retener: ya no se habla de un director, sino de un genio; y en medio de las líneas de tiza, en Dogville se cuelan objetos, como muebles, un campanario o cobertizos y camas, pero mantiene los fallos de raccord y los cortes aparentemente descuidados.
Punto cinco. Nietszche ha vuelto en forma de película. Anticristo (Antichrist), de 2009, pasa definitivamente del Dogma y se erige como obra impecable estéticamente, desasosegante y milimetrada a planos fijos, con una fotografía asombrosa y un gran cuidado de la dirección artística. Pero además, cuenta cosas: la historia, con un prólogo bellísimo en blanco y negro, a cámara lenta, nos mete de nuevo en un tema muy polémico que le vale al director críticas y odios por todo el globo: la maldad natural de la mujer. ¿Cómo tiene Von Trier las agallas de plasmar en vídeo pensamientos de tal controversia? Pues las tiene, y lo hace bien. Uno puede estar de acuerdo —hay gente para todo— o no, pero eso no vale como argumento para juzgar una obra oscura e hiriente, bien construida y cargada de referencias, en la que la simple caída de unas bellotas sobre el tejado nos hace temblar de miedo.
Punto seis: Melancolía (Melancholia) está planteada en dos partes. La primera trata sobre la boda de Kirsten Dunst —aunque actúe bien, poco importa—, e intenta poner de manifiesto la banalidad y el sinsentido de las sociedades contemporáneas. ¿Y cómo lo hace? Ante los ojos del espectador se suceden imágenes muy bellas, con una fotografía realmente espectacular, desaprovechadas y convertidas en basura por el uso de la cámara en mano y de ciertos principios Dogma —saltos de eje, fallos de raccord, cortes— que no son más que un guiño a sí mismo o un pretendido estilo realista que traiciona los objetivos para el que fue creado y hace del visionado un auténtico suplicio. En cuanto a la trama, plagia deliberadamente Celebración, lo que conlleva el ridículo más extremo: intento de drama enterrado y pasado oscuro, de tensión familiar no resuelta, de acidez y mala hostia que se queda en una auténtica payasada. Todo aquel que haya visto las dos cintas comprenderá lo que digo, y todo aquel que vea sólo Melancolía se quedará con la sensación de que Von Trier lo trata como si fuese idiota, remarcando cada situación —las habichuelas, por ejemplo— para que nos demos cuenta de que todos los tópicos que intenta hacer originales son, para él, la hostia de profundos. Todo esto aderezado, claro está, con gilipolleces cósmicas y diálogos bochornosos, en una estructura tan obvia y pseudointelectual que dan ganas de salir corriendo.
La segunda parte trata sobre la hermana de la novia, Charlotte Gainsbourg, y sobre el inminente fin del mundo. Me da igual que su marido sea Kiefer Sutherland, porque su personaje no está siquiera construido y vaga de forma errática por la pantalla como un títere, hasta su estúpido final, nada consecuente con la personalidad que el espectador le vislumbra. Hay una profusión de imágenes pretendidamente simbólicas, al estilo Anticristo —y más guiños a sí mismo—, pero sin ninguna carga ni sentido, o con un sentido demasiado evidente, o simplemente ridículas. Y unos diálogos vergonzosos que prefiero no recordar.
Punto siete. Von Trier ha demostrado lo que se podía intuir en Los idiotas, cuando nos dejaba ver las pértigas y las cámaras a propósito —‘Eh, estúpido, mira qué genio soy, que hasta te enseño al equipo de rodaje’— traicionando el sentido del cine Dogma. Lo que se podía intuir en Dogville, con esa estética impecable pero trufada de fallitos “improvisados”. Lo que demostró en Anticristo, poniendo tan sólo su nombre en los créditos antes de la cinta, dando también una vuelta de tuerca a lo que un día promulgaba. Lo que se veía venir desde que alguien lo llamó genio y él se lo creyó. Melancolía, no se dejen engañar, es una auto-felación de dos horas y media que el bueno de Lars se ha tomado el placer de grabar. Sin nada nuevo, plagio de otra obra inmensa, mezcolanza desatinada de lo que un día rodó, escupitajo despreocupado a la cara de un público que no valora. Así que lo siento, genio danés. Coge tu fotografía, tus diálogos profundos, tu cámara al hombro, y vete a otra parte. A mí no me la cuelas.
2 comentarios:
Cuando la vimos pensamos que te gustaría jajaja ¡Eres impredecible Chechinho! Menudo contraste leer el rincón y seguidamente la reseña de Blancho.
Si hubo algo de la película que me molestara especialmente fue la cámara al hombro en los diálogos en plena boda, hasta me mareaba. Y yo también opino que Charlotte Gainsbourg se come con patatas a Kirsten Dunst.
No voy a añadir nada más porque ya pudiste ver mi cara de ambigüedad y decepción a la salida del cine. Como tú también fui esperando ver algo, al menos, interesante de Von Trier. Me quedó pensar que quizá, con motivo de su titulo, tan solo quisiera provocar en el espectador la melancolía del recuerdo de sus otras películas decentes...
Parece que haya cambiado sus geniales guiones, como Los idiotas o la celebración por pura estética, porque no voy a dejar de negar que la fotografía es increíble y el primer plano de La novia de Spiderman es maravilloso, así como el resto de imágenes con el que abre la película, pero lo jode, lo jode con el sinsentido de los personajes incompletos, incluso si tenemos en cuenta la maravillosa actuación de Kirsten Dunst, lo jode con frases estúpidas e innecesarias, con obviedades, con mareos al espectador… y es una pena porque la historia prometía de veras.
Pero no hay mal que por bien no venga y tomando nota, me apunto la recomendación de “bailando en la oscuridad” para quitarme el mal sabor de boca.
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