Cuestión de honor (Pride and Glory) fue un proyecto que tardó en gestarse porque cuando el guión empezó a circular por los estudios se produjo la tragedia del 11-S y los americanos no estaban por la labor de desconfiar de las fuerzas del orden, y es que la película pone sobre la mesa la vieja pero incómoda idea de que los policías pueden ser igual de peligrosos o más que los ladrones.
La cinta de Gavin O’Connor recupera el eterno debate sobre qué sentimiento de lealtad pesa más, si el de la justicia o el de la familia. No es algo nuevo en el cine, casi un año antes de su estreno la película de James Gray, La noche es nuestra, ya lo hacía de forma notable y controvertida. El potencial de Cuestión de honor está en una trama que atina alternando los momentos policiacos con el drama intimista. La trama no está mal explicada, a veces se enmaraña un poco pero no existe ese problema tan común en los thrillers de hoy en día de que te haces un lío con los numerosos nombres de los implicados que se mencionan.
Sin embargo, en el desarrollo de la propia trama se halla el mayor problema de la película: posee un ritmo irregular, no consigue mantener siempre el interés, y lo que es peor, hay situaciones incoherentes que no vienen a cuento, la mayoría pertenecientes al tercer acto (la pelea en el bar por ejemplo), y el final es tibio, tibio, al igual que las interpretaciones de los protagonistas: Edward Norton y Colin Farrell están correctos, pero no hay duda de que Cuestión de honor no pasará a ser una de las películas por la que serán recordados.
**1/2
1 comentario:
La tengo en mi lista de películas por ver, ya te comentaré cuando la vea.
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