Por Carlos Rodríguez.
Un año más, de vuelta en el Zinemaldia. La 64 edición del Festival de Cine de San Sebastián nos ofrece una Sección Oficial especialmente completa, cargada de novedades tanto internacionales como patrias. Destaca además, como es habitual, la sección Perlas, en la que podemos encontrar, por ejemplo, la película ganadora del pasado Festival de Cannes (y que en esta misma crónica comentamos).
Nos adentramos en la Sección Oficial con la nueva cinta de Nacho Vigalondo, Colossal, que parece haber encandilado a la mayoría de críticos en su paso por Donosti. No comparto el entusiasmo. La película posee la mescolanza genérica típica de Vigalondo (el fantástico, la comedia y el cine de monstruos y desastres se suman al drama personal de una chica que busca darle un rumbo a su vida tras una reciente ruptura), en lo que a priori suponen ingredientes suficientes para haber obtenido un producto mucho más interesante. Pero todo se siente artificial, se fuerza una conexión con los protagonistas que nunca llega, y aunque Hathaway lo intenta y lo intenta, no termino de creerme nada de nada. La pelea contra los monstruos (que son los internos, los de uno mismo) queda metafóricamente dibujada de una manera un tanto pueril. Lo peor es que este trasunto es justo la premisa principal del film, y no se le saca partido. Vigalondo se queda demasiado pronto sin saber qué hacer con el castillo que ha armado, sin encontrar un núcleo dramático claro. Curiosamente, en el desenlace (allí donde derrapa en sus últimas películas), es donde se alcanzan mayores cotas de emoción, en una película que pedía a gritos desatarse mucho antes.
Sin dejar de lado los trasuntos monstruosos, ha presentado J. A. Bayona su película Un monstruo viene a verme. Admito que Bayona ha madurado como cineasta. Lo que en sus anteriores largos era porno emocional barato, aquí se lo compro. La elegancia en las formas importa. Y la escritura es mejor, con un niño protagonista perfectamente descrito. Continúa Bayona buceando en las relaciones materno-filiales, esta vez con un drama bastante más tópico (niño que ha de lidiar con la enfermedad de su madre con cáncer), pero tratado de una manera más original. Los cambios de tono funcionan (muy bien las historias animadas con un estilo de acuarelas), y dan variedad al conjunto, que posee un ritmo que no decae. Eso sí, la historia sigue siendo pasto del llanto fácil, que busca desesperadamente (y consigue en su mayoría, a tenor de un sollozante repleto Kursaal). Epílogo innecesario.
Sieranevada es la sorpresa del día. La película del rumano Puiu, a priori un ladrillo de tres horas, es un drama con largos planos secuencia inesperadamente juguetón. Puiu sitúa su cámara en la distancia y sigue a sus protagonistas con la mirada cual presencia etérea. El hipnotismo es total, a pesar de que lo que vemos en pantalla no es demasiado relevante. Hay cierta ironía en el humor que despliega el director rumano, lo que le sienta de perlas a una película densa en la que lo que destaca es sobre todo su lenguaje narrativo, apabullante, y su precisa puesta en escena.
En cambio, aún me sigo preguntando cómo pudo ganar nada menos que una Palma de Oro una película tan poco especial, tan convencional como Yo, Daniel Blake. El caso es que la de Ken Loach es una película agradecida, bien fácil de seguir, pero apenas ofrece alicientes, y desde luego, ninguno que no hayamos visto con anterioridad cien veces. Típico drama social británico con toques del humor habitual. El personaje principal está bien montado, pero el interés de la película se queda en él y en su repetitiva aventura por conseguir las ayudas por discapacidad. Todo es exasperantemente obvio, y no se crean subtramas de auténtico interés.
Frantz es la nueva película del director francés François Ozon. Se trata de un remake parcial del clásico de Lubitsch Remordimiento (The Broken Lullaby, 1932). La novedad radica en que emplea la cinta del americano como punto de partida, y a mitad de película se desmarca, explorando nuevos rumbos en la trama, jugando al “y si…”. Hay además un constante diálogo entre una cinta y otra, pero mientras que Remordimiento subrayaba el mensaje antibelicista, Frantz, con un tono más serio y solemne, hace mayor hincapié en las relaciones entre sus personajes (que son las relaciones entre Francia y Alemania). Efectivamente, el resultado es muy europeo. Se juega con la fotografía, empleándola para expresar estados de ánimo mediante el contraste del color y el blanco y negro. El naturalismo de los actores ayuda a dar frescor a una película que, desgraciadamente, no alcanza las cotas de emoción que sí conseguía la cinta de Lubitsch. Y, dicho sea de paso, tampoco cuenta con uno de los mejores finales de la historia del cine, como lo era aquel. No es, en definitiva, demasiado memorable, pero merece la pena aun así.
Finalizamos la jornada con El invierno, un drama rural argentino del debutante Emiliano Torres. Un anciano capataz de un rancho se ve desplazado con la llegada de un joven, que le acabará sustituyendo. No ofrece apenas alicientes que me interesen. La indagación en la psique de los personajes, hombres de adusta mirada, está demasiado desdibujada, y los esbozos se quedan en agua de borrajas. Hay cierta pretensión poética que no termina de encajar, o acaso no termina de tomar la altura necesaria. Ya hemos visto esto antes, y mejor (Rams, 2015).
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